jueves, 15 de agosto de 2013

La película del Mirandés


No es la relación entre el cine y el fútbol especialmente feliz. La mayoría de los intentos por plasmar la emoción del juego y la pasión de las gradas se han quedado en eso, intentos. Por lo que la conclusión casi ha llegado sola: el fútbol encierra en sí durante sus noventa y pico minutos la película con todos sus ingredientes. Una retransmisión plena de actores dentro y fuera del césped, emitida sin escatimar medios ofrece la mejor representación y escenificación de las posibilidades del género.
Más allá de Evasión o victoria de John Huston, que por mucho Pelé tampoco ofrece las posibilidades del juego, salvo alguna de Ken Loach (Mi nombre es Joe, o la de Cantona, Looking for Eric),  y aquí, la ya vieja de Once pares de botas de Rovira Beleta o Campeones (1987) sobre un niño y su padre y el Atlético de Madrid. Poco más.
Nick Hornby publicó hace más de 20 años Fever pitch, aquí traducido como Fiebre en las gradas y convertido con el paso de los años en uno de los libros de cabecera del buen aficionado. Se preguntaba el exitoso novelista por las claves del partido perfecto, las que equivaldrían a esos ingredientes indispensables para hacer igualmente el filme perfecto.
Para un hincha el partido ideal -según Hornby- es aquel con gran número de goles (nada más lejos para la conciencia del técnico, que concibe siempre los goles como errores de concentración, tácticos, etc.), una remontada, un árbitraje lamentable, que llueva a cántaros, penaltis fallados por el rival y patadas y expulsiones a mansalva.
¿Cuál sería el pathos? Los sentimientos incontrolados: el morderse las uñas nada más oír el pitido inicial del árbitro y sufrir hasta la taquicardia cada acercamiento del rival, cada pérdida de balón. La injusticia que encierra cada decisión arbitral en contra de nuestros colores, o no en contra del adversario. Lo que a su vez genera una corriente de odio alimentada por el juego sucio de algunos jugadores oponentes que canalizan todas las iras; los fondos clamando venganza, solo posible deportivamente con las explosiones de los goles, el éxtasis moroso y festivo de las celebraciones, o del gol, mejor en el último minuto, como la manida imagen del orgasmo, señal de la victoria.

Más en cambio, ¿en cuántos partidos de la proclamada mejor Liga del Mundo, según algunos medios tan interesados como ajenos al ridículo, se dieron todos esos alicientes en la última campaña? Un campeonato, que el Barcelona con la complicidad de Mourinho, dejó resuelto ya en la primera vuelta.
Por contra, la segunda división a pesar de no contar, obviamente con las estrellas galácticas reúne buena parte del agitado cóctel que hemos descrito. Empezando porque en la división de Plata los partidos no terminan en el terreno de juego. Se ha empeñado el señor Tebas, dirigente de la Liga del Fútbol Profesional, en perseguir con saña a los equipos modestos, sacando a relucir todos los amaños y fraudes que hasta la fecha habían campado  a sus anchas. Debemos agradecerle su esfuerzo por rescatarnos del tedio estival, que mientras los jugadores pasan más o menos felizmente sus vacaciones o entrenan sin las urgencias de la clasificación, el aficionado, o peor aún el directivo, se desayuna con la prensa enganchado a su tablet en busca de noticias propicias o, al menos, que no terminen por descargar los nubarrones del descenso administrativo, pérfida amenaza del día a día.


En este contexto tuvo lugar el anunciado descenso por el sr. Tebas del Mirandés horas antes de que terminara el plazo de su conversión en SAD. No contaba el oscense dirigente con que el club rojillo se defiende como gato panza arriba en la zona Cesarini. El mismo jugador que hace diez años, Iván Agustín, nos libró con su gol in extremis del barro de la tercera, su famoso lemonazo, protagonizaba junto al resto de capitanes, Pablo y Mujika, el compromiso de la plantilla para salvar a falta de cuatro minutos para la medianoche la caída en el abismo. No era justo que lo que tanto había costado mantener en el campo se perdiera porque el que había prometido poner la pasta no desembolsara un puñetero duro (o un jodido centavo, aborrecido Mr. Marshall).
Con esto, la película del Mirandés nos depara esa pimienta extradeportiva azuzada por el susodicho mandatario -un malo perfecto, ¡enfrentado en su rigor germánico! a la propia Federación-, el fantasma de una ciudad del reciclaje inversora con el misterio de un proyecto con exceso de porvenir. Decía el gran poeta Ángel González, "Te llaman porvernir/ porque no vienes nunca". Y por si fuera poco los jugadores compelidos a pasar a la acción, ¡pero como accionistas! El mundo al revés, el fútbol al revés. ¿Están haciendo historia los de Anduva también en su paso a la horma constreñida de las SAD?
Jugadores con compromiso, creciendo año tras año, pero cuya crecida a las orillas del Ebro se ha llevado docenas de directivos. Solo cuatro permanecen al frente en la parte noble de Anduva.Este mismo año triunfaba una película en Francia sobre el modesto Calais, finalista de la Copa del 2000, que desde la cuarta división francesa se merendaba a dos primeras en la tanda de penaltis, al Burdeos en semifinales y se adelantaba al Nantes en la final, en el mismo estadio de París donde dos años antes los bleus arrasaron al Brasil de Ronaldo 3-0 y recibieron la Copa del Mundo. La suerte que acompañó a los pequeños normandos en tal larga andadura, les traicionaba en los minutos finales: 1-2 y de penalti. ¡Qué crueldad! Es la magia amplificada de este deporte.
La eterna leyenda del David bíblico contra Goliat (otro condimento fílmico pues con ribetes clásicos) la reprodujo también el Mirandés, echando a otros tres primeras, Caneda en la zona Cesarini del minuto 93 que dio el paso a semifinales frente al más histórico rival del torneo en un estadio centenario antes justo también de ser derribado. Más no pudo ser. Pero la película continúa. Pupi Avati nos enseñó como la gran peli sobre el fútbol puede lograrse sin necesidad de mostrar un solo partido en un film precisamente titulado "El último minuto". El conjunto del Ebro ya ha acreditado cuál sería la mezcla perfecta. ¿Es que no hay guionistas en el cine español?