EL CLUB 20.
Tuve un catedrático de Derecho Administrativo en Zaragoza dispuesto a
demostrarnos cuánto podíamos llegar a aborrecer nuestra afición
favorita, si la dejábamos en sus manos como materia jurídica de sus
clases. En concreto, el derecho deportivo. Este perspicaz jurista, el
profesor Bermejo Vera, pergeñó en su despacho el famoso decreto
anti-Porta. Los más jóvenes desconocerán al personaje Pablo Porta, pero
este señor fue presidente de la FEF en la transición, con elecciones a
las que solo se presentaba él, así que resultaba democráticamente
inamovible. Esa sensación la aumentaba todas las noches un auténtico
reyezuelo de las ondas, el periodista José María García, que le trataba
con gran familiaridad, "Pablo, Pablito, Pablete". Acompañados de
cariñosos apelativos, extensibles a todos los dirigentes del fútbol
mundial, que no parecen haber cambiado mucho: estómagos agradecidos,
abrazafarolas, chupópteros, emperadores del comer y catedráticos del
beber y otros tantos de este simpático jaez.
Bermejo Vera elaboró
aquel instrumento jurídico para echarlo de la Federación. Un portazo
reglamentario a Porta, si se me permite el burdo retruécano facilitado
por su apellido. No era ni ha sido el único decreto conocido
públicamente por un notorio apellido. Aunque las normas, a diferencia de
los actos, deban redactarse atentas al principio de generalidad, de
manera que regulen supuestos generales y futuribles y no se dirijan a
personas y situaciones concretas de modo fraudulento; la tradición
legislativa española desdice esta pulcra técnica. A muchos menos les
sonará el decreto-ley Aranda. El que fuera dominador de Asturias pedía
la monarquía juanista, una vez acabada la guerra. Esa ley tuvo el efecto
fulminante de pasar al general Aranda a la reserva. Contraviniendo lo
explicado en las aulas, nuestro querido profesor Bermejo se inspiró en
la tradición, que como se sabe, es la piedra angular del derecho. Y si
me apuran, de la civilización.
Lo que sus alumnos desconocíamos
del todo era su frustrada faceta de portero de fútbol. Una buena mañana
de los ochenta en la contraportada de El País aparecía su foto, bajo la
portería de un vacío estadio, con corbata y sus gafas de pasta. Encima,
un titular: "Mi padre no permitió que me fichara el Barça porque decía
que el fútbol es el opio del pueblo". O algo muy parecido. Un
opio, que el entorno supremo del fútbol no quiere que se sujete al
ámbito del derecho administrativo, para bien de los estudiantes,
futboleros o no, y de la felicidad global.
El descenso administrativo del Guadalajara la última temporada
consiguió por una parte enojarme, dadas mis simpatías por la afición
alcarreña y el trabajo bien hecho de su entrenador Terrazas. Pero tuvo
la virtud de que desempolvara los viejos manuales de García de Enterría,
ilustre jurisconsulto, fallecido hace apenas unos días. Entre el
desconcierto general, al que las noticias de la prensa ayudaban mucho,
su primer tomo firmado junto al profesor Tomás-Ramón Fernández, me
recordaba la inmediata eficacia de los actos administrativos. Por tanto,
las decisiones de la Liga Profesional son eficaces, una vez
notificadas o aprobadas por el superior jerárquico, esto es, el Comité
Superior de Deportes. O que los recursos no suspenden de suyo, sino muy
excepcionalmente, la ejecución de los actos impugnados, cuando pudieran
causar perjuicios de imposible o difícil reparación.
Ítem plus,
esta pasada semana, dado que Castilla es ancha, nos enterábamos con
incredulidad, de un posible devastador efecto mariposa. El simple aleteo
de un nuevo Salamanca se puede sentir al otro ancho lado de Castilla,
conforme al sorprendentemente atinado proverbio chino. La toda poderosa
FIFA, que junto al COI, son tan refractarios a la acción del Derecho
como el viejo clan de los hermanos Malasombra, amenazan con expulsar a
la federación castellano-leonesa y a la española del Olimpo redondo, si
no se saltan el capítulo de la Constitución que obliga a "cumplir las
sentencias y demás resoluciones firmes de los Jueces y Tribunales".
Aplicar el perverso ordenamiento jurídico español, a juicio de Blatter,
hasta nos podría dejar fuera de Brasil, a pesar del mérito
constitucional probado de Iniesta, de Casillas y del portero suplente.
Difícil elección entre la razón y el circo, ya que la FIFA, que no es filfa, es la dueña del circo mundial.
EL ODIOSO JUGADOR NÚMERO TRECE
Aún mayor que el sentimiento de justicia lo es el de injusticia.
"Eso en injusto". Por tanto, el filósofo descreído se pregunta: ¿qué es justicia? Un grito destemplado, un golpe seco sobre la mesa que denuncia subjetivamente la situación personal vivida como injusta. Cuando la subjetividad es la masa no cambia nada. Refuerza su sentimiento con más convencimiento. Somos una comunidad emocional, a ver quien es el valiente que advierte que el árbitro cuando pita en contra no siempre se equivoca.
En un mundo feliz no haría falta árbitros. De hecho, en la infancia no los hay. En el fútbol callejero de nuestra nostalgia por no haber no había ni porterías. Tampoco existía el fuera de juego con lo que nos ahorrábamos dos árbitros más. Aunque el portero, verdaderamente vivía muy fuera de juego, como algún otro gordito defensa o delantero centro, si se lo permitían y aprovechaba como caído del cielo el balón que con solo rozarlo acabaría rebasando la imaginaria puerta contraria. Tan imaginaria como el larguero que tenía la virtud de bajarse, a juicio de los defensas, ante un chut enemigo, o levantarse, cuando aquellos hacían de atacantes. En todo caso, lo hábil era disparar raso, pues rara vez se concedía un gol que sufría el mal de altura.
Basta de añoranzas, tan prolijas en los correos y líos de Internet. En el mundo de adultos hay árbitros como hay inspectores de Hacienda, debido a que nadie rasca su propio bolsillo sino tiene un pistolón, así de figurado, frente a su jeta.
De todas maneras, es buena la figura del árbitro. Si no, a quién echar la culpa de nuestras propias derrotas. El odio al árbitro también refuerza al grupo. Une mucho la muta. Desde el quiosquero hasta los que están arriba de los medios, sirve para que el televidente tenga de que hablar los jodidos lunes en la oficina; sirve para que el especialista, subido al púlpito que le presta la radio o televisión de turno- ¡joder, pero si es un odiado exárbitro!- carraspee para ofrecernos el registro más grave de su voz; sirve para que el hincha que conocemos fuera del estadio, expulse todos sus resentimientos pretéritos y futuros.
Y pienso, con la ayuda de Hobbes, que el hombre es una lengua viperina para el hombre. (Menos mal que el no del todo bien entendido autor no se acordó de la mujer). Las decisiones del árbitro son pasto de discusión. En nada ayudan los jugadores, que como rubios querubines se hacen los suecos, incluso antes de oír el silbato. Por momentos, el fútbol me parece un juego que infantiliza, sus protagonistas tienen la malicia de los niños, que no es maldad sino egoísmo. Lo malo es que los engaños de los futbolistas enciscan a los adultos, que se faltan al respeto y se dejan de hablar por esas niñerías.
Sin embargo, el fútbol no muere, ni se mueve. Ofrece cabezas de turco igual que el sistema. Alimenta al poder que le necesita inseparablemente. Por algo es una cuestión de estado donde no faltan todos sus gerifaltes. Desde el patán al más grande patán.
El árbitro es válvula de muchas frustraciones, incluidas las de ellos mismos, que nunca supieron meter un gol, por falta de puntería o exceso de michelines. En cambio, metidos en su papel la cosa funciona. En inglés se llaman referé, que quiere decir que son la referencia, además la única referencia porque son inapelables. Esto va contra todas las garantías, pero el juego dejaría de ser un juego si invocamos las formales garantías. Dependemos de un único juez que quizás sea abstemio, lo que jamás debería permitirse en las buenas tierras del Ebro y del Duero. ¡Que le vamos a hacer! No dramaticemos y no tendremos que llegar a aplicar los convenios de Ginebra.
Al aficionado se le representa como el jugador número doce, el imaginario dorsal del colegiado es el odioso número trece. Ya que también juega. Lo hace, a su pesar, como cabeza de turco en un mundo irremediablemente injusto.
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http://iusport.com/col/95/blas_lopez_angulo____/
En esta web, podéis contextualizar mis artículos con el affaire de la FIFA y el arbitral.
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*La plaza de Puerta Cerrada* se llama así por una puerta de la muralla
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