Se cumplen 75 años de un libro maldito. Como lo fueron los hechos que verazmente describe.
El 20 de julio de 1936 se presentó en Capitanía de Pamplona un joven abogado, como escribiente voluntario. Estuvo allí entre papeles y mesas. A la mañana siguiente, el general Mola tuvo que ir a Burgos. Preguntó por "aquel muchacho, abogado, de luto, que había trabajado en su despacho en la tarde anterior", y se lo llevó como secretario particular.
Un aprendiz de Baroja encontró de "golpe" las estampas y escenas que necesitaba para contar la última guerra de sus mayores, apenas iniciada, porque en su intuición algo le decía, que de nuevo aquellas pólvoras iban para largo.
Y nunca los hipócritas del nuevo/Antiguo Régimen le perdonarán su osadía de evocar una nueva carlistada, de hablar de conspiración, de sublevación, sin seguir las consignas oficiales que la vestían con los ropones bendecidos de una moderna Cruzada contra los infieles judeo-masónicos.
El 4 de mayo de 1937 lo editó la Librería General de Zaragoza y a los pocos días fue retirado por orden gubernativa. Su autor, José María Iribarren, tuvo que trasladarse a Salamanca para responder por él ante el Delegado Nacional de Prensa, Manuel Arias Paz, "un hombre pálido, de unos 45 años, de pelo rizado y facciones correctas...Adoptó ante mí una actitud soberbia, suficiente, y un tono conmiserativo de perdonavidas.
- Pero, ¿usted sabe lo que ha escrito?, comenzó por dispararme. ¿Se da usted cuenta de las barbaridades que hay en su libro? Usted -me dijo- merecía estar fusilado a estas horas...
Yo callaba. Arias Paz abrió un ejemplar de mi obra que tenía sobre la mesa, llena las hojas de paréntesis rojos, de tachaduras, y comenzó a hojearlo.
- Habla usted aquí...Aquí en la página 52... y en la 85...y en la 106...Y más adelante..." (1)
¿De qué es lo que hablaba como para fusilarle? Si el propio Mola puso "el marchamo de autenticidad" (pág. 5 del prólogo) de revisarlo y apenas apostillarlo.
Tal vez en que no elevaba a dioses a los guerreros ni a la santidad a sus generales, sino que con afán de novelista barojiano sentía "atracción por lo anecdótico, lo curioso y lo peregrino". Y a que como buen ribereño era espontáneo (el mismo Baroja no nos tenía aprecio por esto a los nacidos cerca del Ebro, y eso que su familia procedía de no muy lejos). El lápiz, a estos solos efectos rojo de censor, no perdonaba su léxico y su temeraria intimidad:
"El 17 (se sublevaron) las guarniciones de Marruecos".
"Ramón Mola le decía a su hermano: ¡No te subleves, Emilio! ¡Por lo que más quieras, no te subleves, que vamos al fracaso!"
Como cuenta magistralmente en también su primer libro "La broma" Milan Kundera, ninguna dictadura permite tomarse las cosas a chanza, ni soltar chascarrillos y menos en boca de sus prohombres ("No pondrá usted los chistes que yo digo...") por tanto, el lápiz rojo no puede menos que ejercer su rigor: "esto no es serio". Sirvan como ejemplo:
- página 88. "Que le den morcilla a Mola". El primer verso del pareado que se coreó por las calles de Madrid el 14 de Madrid del 31 era: "!Ahora, ahora!" No olvidemos que Mola fue director de Seguridad con "La Dictablanda" que sucedió a Primo de Rivera.
- página 185: "Lo más florido de las chicas de Burgos ha acudido esta noche al té ofrecido por el general".
O más bien por la dureza o la terrible realidad del gerundio cuartelero también aparece tachada en la pág. 360 esta frase de Yagüe: "Me estoy cargando a media España".
Aunque el tachón más marcado se halla en la pág. 52, en el relato del episodio en que Mola, dos días antes del 18 de julio, en el monasterio de Irache con Batet, que era su superior y capitán de la región militar del Norte hasta su asesinato, le da su "palabra de honor" de que no iba a sublevarse, cuando ya tenía por fin lista la conspiración tras arduas negociaciones con los requetés de Fal Conde: no en vano fue "El Director" de la misma. Esta felonía desbordaba la lógica y la gloria castrense del censor Arias Paz: o no pudo decirlo un militar; o si lo dijo, no se podía escribir.
En fin, ¿y qué ha sido del autor de ese libro y de ese libro? (Por no hablar del humilde relator que aparece en la foto, ahíto de verduras, léase habas, guisantes, espárragos y alcachofas de la huerta tudelana).
Le habíamos dejado en la Delegación nacional de Prensa, que estaba en el palacio de Anaya en Salamanca. Mientras el duro censor le señalaba las palabras nefandas, las expresiones impropias, las frases tachadas con trazos gordos y rabiosos, Iribarren permanecía callado y consternado. Al paso nervioso de las hojas, sonaron fuera las sirenas de alarma aérea. En otra situación, aquello le habría sobresaltado. Entonces no. Las oyó como quien oye llover. Estaba hundido, anonadado. En su mente solo resonaban las sentencias del cruel inquisidor: que merecía ser fusilado -se lo había vuelto a repetir-, que no escribiese más, que no servía para escritor.
Al salir del Anaya, la actual Facultad de Letras, todavía con sol radiante vio desfilar la procesión del Corpus, camino de la catedral. Por la tarde hubo corrida.
Al día siguiente continuaron las peripecias. A primera hora le despertó la dueña de la pensión, diciéndole que le esperaban dos señores. Dos señores policías que iban a detenerle y registrar sus maletas. Fue conducido a Comisaría, interrogado e incomunicado. Pasó horas angustiosas, pensando lo peor, vio salir una camioneta llena de detenidos. Le llevaron otra vez al bello palacio de Anaya, al despacho del Delegado que ya conocía. No estaba él. Tras un rato de espera, entró Arias Paz y le dijo, sin más explicaciones, que podía irse. Luego supo que la orden de libertad se debió a Mola.
José María Iribarren de vuelta a Pamplona se alejó de la guerra, volvió a la abogacía, pero antes con renovado tesón escribió otro libro sobre el general Mola ante los ojos abiertos de par en par, tanto de la censura civil como de la militar, que le volvieron a señalar en rojo. Y por fin se dedicó a otros libros tan curiosos como entretenidos...(muy exitoso, "El porqué de los dichos", otros costumbristas, entre ellos, me toca más de cerca, "Los flagelantes de la Sonsierra").
Del libro condenado solo se supo porque desmochadas las tapas circuló privadamente. Y lo que aquí se narra se debe al propio ejemplar que conservó el autor. Entre paréntesis rojos chirriaban "las frases que la censura de Salamanca consideró inadmisibles. Todas ellas son ciertas. Yo las oí y las apunté". Es lo que escribió con su pluma estilográfica al margen en las primeras páginas.
Años más tarde redactó unas memorias que nunca han visto la luz. Así se escribe la historia en este país. ¡Con los testimonios directos más genuinos, 75 años después, esperando mejor suerte!
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(1) "Notas sobre la gestación y peripecias desdichadas de mi libro Con el general Mola." Manuscrito inédito del autor.
* Al curioso lector le invito a acercarse a otro testimonio de la guerra veraz y extraordinario del que ya di cuenta en este humilde rincón.
La televisión vasca recientemente ha emitido un filme sobre Mola, titulado "La conspiración", que paso a visionar. http://www.eitb.tv/es/video/1436385850001
¿Por qué se llama Puerta Cerrada?
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*La plaza de Puerta Cerrada* se llama así por una puerta de la muralla
cristiana del siglo XII. Estaba situada más o menos donde está el paso de
peaton...
Hace 2 semanas
Manuel Durruti, sobrino del legendario Buenaventura (¡si como lo oyen!) me manda el siguiente correo, que habrá de perdonarme su publicación:
ResponderEliminarGracias por tu magnífico relato sobre este salvapatrias.
Han pasado 70 años y estamos, menos en consumo, en todo peor.
Gracias
Manuel