domingo, 9 de septiembre de 2018

LOS DOMINGOS




Los domingos no pasa el tiempo. Todos son iguales.
Los domingos por la tarde huelen a lunes, al fantasma del lunes. Gil de Biedma, que nunca vivió de su esmerada poesía, dedicó un poema al feo lunes, un verso suyo decía: "Quizá tendrán razón los días laborables".
Los domingos, sin embargo, empiezan bien cuando no te embarga la resaca. Y empiezan bien porque como su propio nombre indica es el día del señor, dies dominicus. Da igual, con democracia o dictadura, la mayoría del personal se han elegido y autoproclamado señores por un día. Por eso mismo, el domingo es día de guardar…de guardar religiosamente cama hasta las doce. La falta obligada de costumbre nos echará del catre en busca familiar de unos churros o porras o de unos croissants. Con el periódico en la mano, el único pagado de nuestro bolsillo en toda la semana, los churros en otra, ah, más la película, el reloj, las gafas o cualquier otro suculento ofertón damos la vuelta. Esa película, reloj, gafas, etc. o ese periódico que, no sabemos si será buena señal, puede que no lleguemos a estrenar.
Los domingos, a veces, sin un programa claro, el reloj regalado tampoco se despereza y las horas no avanzan. Podemos pensar que es el reloj el que no funciona. Sin embargo, es el cielo que está lleno de sol, la misma luz sobre la misma plaza en que se prolonga. Eso le sucedía a Meursault, el extraño de Camus al que no le gustaban los domingos como a tanta gente. Encaminado hacia un homicidio absurdo, por un sol abrasador que se rompía en pedazos sobre la arena, porque hacía ya dos horas que el día no avanzaba, dos horas que había echado el ancla sobre el mal.
A Meursault ascender en el trabajo o casarse le es indiferente. Por eso acaba matando. Si ese domingo en vez de playa  hubiera ido al fútbol tal vez su crimen podría haberse evitado. Los ingleses, que tienen fama universal de prácticos, lo inventaron tras la revolución industrial para eso, para que la gente no se matara y supiera que hacer con los domingos: correr por la húmeda yerba de sus urbes con una pelota en lugar de una navaja. Cuando gana tu equipo nunca se es completamente desgraciado y hasta puede salvarse el frágil equilibrio criminal de cada día.
Los domingos son otra cosa, sí por fin llega la hora H del día D. Si por fin llegan las cinco de la tarde y tu debida hora y media de Señor. Con un puro barato en la boca, como decía el cronista del ABC, lo recuerdo, cuando las viejas Gaunas de tercera recibían en la Copa al capitalino y real Real Madrid. Antes habrás rellenado los crucigramas del periódico, consultado todos los encuentros que se televisan y visitado las esquelas para asegurarte de que el muerto siempre es el otro. 

Si te has desplazado siguiendo los pasos de tu equipo, el tedio se muda caminante: fotografías del mal gusto provinciano, rodeos a la catedral, la de Jaén "pura luz, que parece que flota". Puede que te animes a entrar, aunque mal puedes rogar por la victoria a una virgen que no es la tuya. Y bares y más bares con las mismas y peores tapas. Y ese sol, cuyas huellas te crecerán en el rostro y los brazos, con la misma luz sobre las calles que cruzas repetidamente.
Pero ha llegado tu hora. Tu hora de juzgar severamente la alineación donde siempre faltarán los de tu agrado y te permitirá chillar a los que se han colado. Que para eso pagas y eres dueño y señor de mostrar tu ruidosa desaprobación. Sabes más que nadie y estás al corriente de los bulos más descabellados. Esos que ni los propios afectados conocen. Gane o pierda tu equipo, a ti te pertenece juzgarlos, auparlos a la gloria o apearlos en menos que canta un gallo.
Con el tufo de la derrota, derrotado, te conduces por los pasillos que son el corredor de la muerte,  condenado a sufrir la racionalidad del lunes mientras pones otra cruz en tu calendario.


jueves, 16 de agosto de 2018

EL REPORTERO FRENÉTICO
Es una lástima el desconocimiento de periodistas de la talla de Egon Erwin Kisch más allá del ámbito germano. Sin duda la falta de traducción del grueso de su labor periodística ha facilitado su olvido. En los años 20 en Berlín fue el reportero de moda después de publicar el referido escándalo de espionaje. Apenas existía hasta hace poco en el mercado español recopilaciones de sus artículos. Recomiendo los reportajes reunidos bajo el título de “Nada es más asombroso que la verdad” publicados por la editorial Minúscula el año pasado, que ya anteriormente editó en 2006 “De calles y noches de Praga”. Agradeceríamos próximas traducciones de su magnífica obra, en concreto todos sus artículos aparecidos en “El reportero frenético”, su mayor éxito, o Marktplatz der Sensationen (“El mercado de las sensaciones”, 1942) publicado en México durante su exilio en la Segunda Guerra Mundial. No se trata, como equivocadamente dice el traductor de la reciente edición citada de la editorial española, de unas memorias, si no de otra selección de su obra ya en los últimos años de vida. En ella actualiza algunas de sus reflexiones sobre el oficio, en concreto, en el capítulo “Von der Reportage”, donde además de quejarse de los numerosos plagios de su primigenio libro sobre el espionaje de Redl, profundiza en la naturaleza de este género periodístico, que ya adelantó en el prólogo a su famoso libro “El reportero frenético” (de cual proceden las citas más celebradas y discutidas de Kisch como “Nada es más asombroso que la simple verdad, nada más exótico que lo que nos rodea, nada más imaginativo que la objetividad”). Estas declaraciones responden al contexto del movimiento vanguardista conocido como Nueva objetividad, Neue Sachlichkeit, que se posicionaba frente a los cánones tradicionales de la novela. El reportero frenético, como E. E. Kisch era conocido, argumentaba tras los horrores de la Gran Guerra que la realidad ofrecía elementos más poderosos y aterradores que los que la imaginación podía llegar a proveer. Se incrementó el interés por la literatura de los hechos, el aquí y ahora recuerda el ser existencial, el Dasein de Heidegger. Pero como él mismo se dio cuenta esa objetividad no estaba reñida con la fantasía del reportero, de tal manera que bajo sus manos elevó el reportaje a la categoría de género literario. En “El reportaje como forma de arte y combate” (1935) afirma que el verdadero escritor no debe olvidar su condición de artista, de intentar crear una obra de arte como denuncia que relacione el pasado y el futuro con el presente; sólo así, haciendo uso de la “fantasía lógica”, evitará caer en la banalidad y en la demagogia. Pero por muy artista que sea, nunca deberá prescindir de la verdad. “La verdad es la más noble de las materias primas del arte y la precisión es el mejor modo de crear una obra de arte”, concluye.


Rudolf Schlichter - Portrait of Egon Erwin Kisch, 1928
Por cierto, Billy Wilder quiso llevar al cine la caída del coronel Redl pero como cuenta en sus conversaciones con Hellmut Karasek recogidas en el libro “Nadie es perfecto”, le propuso a Charles Laughton el papel protagonista y este no quiso en los inocentes años 50 asumir un papel de homosexual, puesto que lo era. De la importancia de los hechos da cuenta, sin embargo, que no han faltado recreaciones cinematográficas, la última del húngaro István Szabó, siendo protagonista Klaus Maria Brandauer, pero para el célebre director de Hollywood, no muy afortunada en la elección del protagonista.
Egon Erwin Kisch fue el mentor de Billy Wilder en su etapa berlinesa de periodista. El que luego fuera genial comediógrafo conoció a Kisch en el Café Románico, un local amplio que contaba al menos con 70 mesas, una de las cuales era llamada Tisch von Kisch, la mesa de Kisch. Como parte de la intelectualidad de izquierdas eran asiduos, entre otros, Joseph Roth, Bertold Brecht, George Grosz, Franz Werfel o Stefan Zweig.
Kisch buscó a Wilder un apartamento cercano al suyo y los domingos en casa de Egon, además de que Billy apreciaba la cocina de su mujer, podía disfrutar junto a él de la afición compartida por el fútbol, improvisando una portería con dos sillas, con una enmohecida pelota de tenis que hacía las veces de balón.*



El DBC -Deutscher Ballspiel Club- STURM PRAG (“Tormenta de Praga) fue fundado en 1898, como se ve el el escudo sus colores eran el negro-azul. Perteneció en la primera década de 1900 a la Federación de Asociaciones Alemanas de Fútbol en Praga. La historia del club da cuenta de los aconteceres políticos de la primera mitad del siglo XX:
1904. El club se incorporó a la Asociación de Fútbol de Austria Ö.F.V.
1911, se funda la Federación de clubes alemanes en Bohemia-Moravia,un subgrupo independiente de la austriaca.
1919. Después de la creación de la República checoslovaca formó parte de la Československý Svaz Fotbalový (ČS.S.F.) y en 1921 se unió el club al fútbol checo: Asociación "Český Svaz Fotbalový" (Č.S.F.).
A partir de 1923 también hubo una organización paraguas "Československá associace footballová "(ČS.A.F.), y el D.B.C. TORMENTA de Praga si se me permite el mal chiste perteneció a ella.
En 1939 junto a las demás asociaciones alemanas se incorporó al "Sudetenland  Gauverband (XVIII)", Confederación de los Sudetes".
En 1940 tuvo lugar su integración en la comunidad nacional de gimnastas socialistas (N.S.T.G.) de Praga.
1945. Año de su disolución coincidiendo con el final de la Segunda Guerra Mundial.
Otra curiosidad: hace unos días en la tercera ronda previa de la Liga Europa a un linier le abrieron la cabeza por el lanzamiento de una botella desde la grada. Las imágenes fueron espeluznantes. Ese partido (contra el AEK Larnaca) se jugaba
en el estadio del Sturm Graz. 
Pues bien, El SK Sturm Graz fue fundado el 1 de mayo de 1909. La "tormenta" epónima se inspira muy probablemente en el prestigioso club checo DBC Sturm Prag que había sido invitado a Graz, la capital del estado de Estiria en el Sur de Austria, los días 18 y 19 de abril de 1909.
* Uno de los casos de espionaje más célebres previos a la Primera Guerra Mundial tuvo bastante que ver con esa aficón al balón. Lo cuento aquí en Iusport.

lunes, 26 de diciembre de 2016

SERENDIPIAS TRÁGICAS

Las cuentas pendientes
Gastón Segura
Editorial Drácena, 210 págs, 15, 95 € (2015)

No hace falta recurrir a la Wikipedia si te quieres enterar de palabras tan estrambóticas como serendipia. Basta el anuncio de un coche para coger la idea al vuelo. En la literatura existen también las serendipias, lo diremos ya: la anticipación del relato literario a un hecho real. La más célebre es la recogida en “Las aventuras de Arthur Gordon Pym”, donde Edgar Allan Poe hasta vaticinó entre los detalles de la catástrofe, el nombre de la víctima, el joven grumete Richard Parker. Morgan Robertson describe otro naufragio de un barco llamado Titan,14 años antes del hundimiento del más célebre, el del Titanic. Titan y Titanic chocaron contra un iceberg en un mar tan tranquilo como un espejo, cercano a la isla de Terranova, junto a otras tantas coincidencias.
El crimen en Alicante, de la viuda del antiguo presidente de la CAM, dentro de un Porsche,volvía terriblemente a repetir este fenómeno literario -habrá que creer en la inmanencia profética del arte- pues algo parecido sucede en “Las cuentas pendientes”, de Gastón Segura. Por medio, un mismo Porsche Cayenne, una Caja de ahorros de Alicante -Gastón es medio alicantino- y negocios muy turbios con familias enteras alrededor de ellos. Veamos. La fortuna familiar se basa en un patriarca ya ausente en ambos casos: el padre de la chica. En la ficción Raquel Planas, la heredera, casada con el luego presidente de la entidad financiera, Roque Durán, que para ello dejó oportunamente plantada a su novia Cloti, amiga de Raquel. El relato (se sirve de la analepsis, del racconto, más bien) arranca con su muerte, contemporánea a la desaparición de su hermano Jero. Pero este puso antes a buen recaudo la gruesa documentación que prueba el vaciamiento de la Caja. (La CAM fue comprada por un euro y con la ayuda de unos 5.000 millones para tapar su agujero). Toda la contabilidad, la A y la B, “con los cobros a unos y los pagos a otros, en Panamá, en Andorra, en Ginebra....”
Cuando en 2009 Moncho Alpuente le encargó, entre cerveza y cerveza, esta novela negra en la plaza de Carlos Cambronero de Malasaña (8 días antes de que Moncho nos abandonara, en el mismo garito compartí con él unas cañas), a este levantino le dio por adelantar la mala nueva: la quiebra de las Cajas y la fiebre del Gobernador del Banco de España por buscar a los primos Zumosol de ellas. Gastón Segura no es amante del género, sin embargo, es autor de una perla inédita sobre otro asesinato: la del hermano del periodista de la BBC en el exilio, Martínez Nadal. Por fortuna, pronto saldrá a la luz, después de esperar aún más años que Las cuentas pendientes. Parece el sino de este sorprendente y, por momentos, enorme escritor, al que es difícil encasillar, o a esta obra, desde luego, por los transidos márgenes de la senda detectivesca. Nada más atípico que el protagonista, burla de un Sam Spade o Philip Marlowe al uso, que asiste a la investigación como invitado accidental. Personaje, fuente de la historia, a través de sus diálogos (o monólogos) y los del narrador desdoblado en segunda persona, donde el tono intimista se impone a los externos, a veces pirotecnia de jergas, quiebras berlanguianas de seducción chusca (la madura coleccionista de monedas). ¡Ay, ese billete de 500 de Zuloaga, el Macguffin hitchcockiano, hasta dónde lleva! Parecido también a la maleta, luego estatua de la libertad, etc., en Frenético de Polanski. Película que junto al Tercer hombre, o el Hombre que sabía demasiado, del maestro del suspense (Hitchcock) parecen inspirar la trama y el modelo narrativo, al lado de ese otro plano coloquial, donde el empleo de esa segunda persona, nos dice que las cuentas pendientes las seguirá pagando el protagonista en su huida a ninguna parte, porque su naturaleza es íntima y están unidas a su fracaso.
La instrucción del asesinato de María Carmen Martínez, la viuda del preboste de las finanzas provinciales, nos permitirá verificar aquella máxima de Julio Verne, el mayor cazador de serendipias (De la Tierra a la Luna y Alrededor de la Luna, Veinte mil leguas de viaje submarino o Los quinientos millones de Begún están llenas de ellas): “Todo lo que un hombre puede imaginar, otros podrán hacerlo realidad”.
(Publicado en el Diario de Soria/El Mundo, 3 de enero de 2017. En Diagonal aquí:
https://www.diagonalperiodico.net/culturas/32697-serendipias-tragicas.html)

viernes, 8 de abril de 2016

Más de Diccionarios gitanos

He de agradecer a los lectores de este blog, ya baldío, sus visitas puntuales con temas como este. Que son muchas. Tienen toda la razón, ya la expresen con educación, mofa, o lo que les venga en gana. Esto de los diccionarios sobre el caló, romanó (tampoco es fácil saber cómo llamarlo) no han pasado de un postizo y diletante empeño traído a cuenta por gentes de la afición, sí, del flamenco y focklorismo dccimonónico de Sevilla, mayormente.
La foto de portada es de un libro que acabo de leer. Lo compré en Logroño en la calle de San Juan, tan llena de pinchos como la famosa zona aledaña del Laurel, en la librería de viejo Piedra del Rayo, que también edita una inmejorable revista antropológica, muy por encima de cualquiera otra que goce de los pesebres burocráticos. A su buen hacer debemos que los riojanos estemos eternamente agradecidos y deudores de su colección, cuyos números no faltarán en la Universidad regional para preservar el acervo común que nos va legando.
Este libro me decía, Carlos Muntión en su local de la Piedra del Rayo, es uno de lo más vendido en La Rioja. Escrito por Juan Ramón Montoya Jiménez e Israel Gabarri Viera, sin duda, la difusión entre sus primicos puede más que el marketing y la publicidad. He echado en falta en él una aportación más sistemática. Prejuicios míos, muy payos. Lo que hacen es lo debido, van contrastando los diccionarios del XIX publicados sobre este habla mixta, denominada también pogadolecto (una lengua rota, usando un gitanismo como prefiere el sociólogo gitano Nicolás Jiménez González), con su propia recopilación de familiares de Madrid y la llamada Castilla la Vieja. George Borrow, Jorgito el de las Biblias, trabajó con gitanos meridionales para su libro The Zincali por lo que es más apreciable la labor de rastreo.
Es difícil encontrar pies y cabeza en todo esto: hablamos de fósiles del lenguaje, inciertamente recordados.
Los estudios del lingüista Marcel Courthiade así lo indican. Profesor de la sección de estudios de romanó en el Instituto Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales (Inalco) francés, es respetado como uno de los mayores especialistas mundiales en romanó. Su vinculación con sus hablantes es profunda: aunque él tiene origen payo, es considerado como uno más por los gitanos. "La relación de parentesco entre la lengua romaní y la India se descubrió en el siglo XVIII", recuerda. En su momento, esto resultó muy sorprendente, porque aún tardaría en asentarse la teoría, hoy comúnmente aceptada, del origen indio de los gitanos, emigrantes diseminados en Oriente Próximo y Europa -con el tiempo, su presencia llegaría a los cinco continentes- a través de dos grandes oleadas migratorias efectuadas entre los siglos IX y XII. Los descubrimientos continuaron hasta relacionar al romanó con el sánscrito, lengua clásica de la India. El sánscrito evolucionó en dialectos que se convirtieron en diversos idiomas que se hablan hoy: son las llamadas lenguas neoindias. Por ejemplo, el hindi y el nepalí. Y el romanó.Courthiade distingue varios tipos de hablantes efectivos y potenciales. "En primer lugar", indica, "los de la llamada raíz común de la lengua romaní, una lengua que no se ha alterado demasiado, como es la de los hablantes de los Balcanes y Europa del Este". En segundo lugar, los que hablan un dialecto muy germanizado, como los gitanos de Alemania, Austria y Francia. "Y en tercer lugar", continúa, "están aquellas hablas que han dejado de ser idiomas". "Sólo conservan algunas palabras en romanó, y utilizan la gramática de la lengua mayoritaria del país donde viven". Sucede en Portugal, en el sur de Francia, en el Reino Unido. Y en España.En Rumania se puede estudiar el romanó. En Francia tiene vinculación con los estudios superiores. En distintos países de Europa se traducen películas, hay agencias de noticias en esta lengua, y una inmensa cantidad de páginas web. También se pueden encontrar periódicos, revistas, libros, obras de teatro, programas televisivos. Todo lo contrario que aquí. "En la antigüedad, en territorios del Este europeo, los gitanos acabaron como esclavos de señores feudales, vivían aislados y no tenían contacto con la gente de la sociedad mayoritaria ni con su lengua", explica Nicolás Jiménez, sociólogo, antiguo becario de la OSCE, uno de los pocos gitanos españoles que ha aprendido romanó junto a Marcel Courthiade. "En España, el gitano, pese a que a lo largo de la historia ha sido perseguido, siempre ha vivido en núcleos urbanos, en contacto con el payo". "Por tanto, la lengua primigenia se fue perdiendo porque el esfuerzo de mantenerla no tuvo utilidad", resume. "No obstante", matiza, "quedó un resto, que es lo que conocemos como caló". Es decir, una serie de palabras en romanó pronunciadas en medio de un entramado gramatical español.
(El País, 30 de octubre de 2005)
Los proyectos del sociólogo Nicolás Jiménez por el estudio de su lengua quedaron en nada. Hoy es junto a sus churumbeles frutero en el Levante español. Ni a las instituciones ni  a las propias asociaciones gitanas, les va mucho, más preocupadas por pillar las subvenciones anuales.

lunes, 29 de febrero de 2016

MI LIBRO

Presento por estos pagos mi libro. Os paso la columna publicada con el mismo título que este post el fin de semana último. Si Larra se quejaba de este oficio que raramente da de comer...¿por qué yo no?
MI LIBRO.- En Horas de Invierno Larra soltó aquello de que escribir en Madrid es llorar, “es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta”. “Es escribir en un libro de memorias, es realizar un monólogo desesperante y triste para uno solo”.
No sé si es decadencia ya como en su época o que todo está perdido para la sociedad española, que jamás aspirará a ocupar un digno escalón en las jerarquías europeas de las ciencias o el saber. Pero escribir sigue gozando de poco premio y ningún estímulo. Y me refiero a escribir en serio, sea cual sea el tema estudiado. “Ya podía el español mostrar el mismo interés por la ciencia y el estudio que por los toros”, nos dirá don Antonio Machado.
Ningún oficio reconocía Fígaro más menudo en España, ningún modo de vivir que dé menos de vivir, que el de escribir para el público. Va para dos siglos de esto y de cada día que pasa solo es preciso atisbar su mejoría con respecto al siguiente.
La situación actual es que en el Collado de Soria el paseante desocupado al adentrarse en las buenas librerías que aún a mano tiene, si tropieza con mi libro -puede que salvando la oscura portada- repare en el autor y le suene. No digo tanto como que le ubique. Y sin embargo, no se atreva a intimar con él porque eche en falta una presentación. Es de buena educación no hablar con desconocidos. Al final el paseante al llegar a su casa se acostará con el de esa famosa presentadora de televisión que ha escrito un libro, ejem, quería decir que lo ha publicado y más que cobrado. Además, sin saber que con quien lo hace es con su negro. Yo señores, que también he sido un tipo oscuro, como buen caballero no podría contarlo.
Sabrán ya que mi libro es una selección de estas columnas publicadas aquí y otras que también hablan de fútbol o de vaya usted a saber. Tienen, eso sí, varias cualidades unitarias, incluida la de su auténtica autoría: se ocupan la mayor parte del tiempo en querer decir lo que otros no quieren oír. O es parte de lo mismo, lo que tampoco quienes escriben lo dicen. Me entrometo por todos los lados como un infeliz, un buen hombre que tiene el defecto de ser un pobrecito hablador al que sin que nadie le pregunte forma su opinión y la expresa, venga o no al caso, como ya se echará de ver en mis escritos. Váyase porque otros tienen el defecto contrario de no hablar nada, aunque se les pregunte la suya.
El lector ya sabe que la literatura entera cabe en la columna de un periódico. Dice el crítico: “Los intereses de López-Angulo resultan tan poliédricos como sus artículos”. Mariano José sentía la incombustible pasión de hablar con los otros sobre, de y contra esto y aquello”. Unamuno, a modo de saludo, entraba en las tertulias del Ateneo con su “de qué se trata, que me opongo”. Este desconocido hablador evita los tópicos y lo superficial, pero a través de la anécdota, la ironía o la broma procura quitar peso al poso de su escritura, plomo al fardo de los asuntos tratados. También una salida amable a las injusticias de fondo. Vuelvo a los próceres del 98 para hacer mío sus proverbios: “Estimad a los hombres por lo que son, no por lo que parecen. Desconfiad de todo lo aparatoso y solemne, que suele estar vacío”. Y mi periódico escribía “perecen” por parecen. Ay las erratas, otra enemiga más. Hoy contra mi costumbre, prosigo con las admoniciones. Qué le vamos a hacer, esta columna es atípica. O no, pues cuál es la verdadera materia del columnista, sino uno mismo y el apéndice de sus libros. Decía, hagan caso del buen crítico que recomienda “una lectura calmada y fragmentaria (de mi libro), que responda a los intereses de cada momento del lector”. Tal como los míos divergen unos de otros. Último e inusual consejo: si pasean por el Collado reparen en mi libro.

viernes, 26 de febrero de 2016

AN, LA INMANENCIA DEL CINE VERDADERO

Sobrevuelo Siberia y entre incansables y numerosas lecturas, junto al seguimiento superficial de algún filme, me incorporo al maletero para rescatar mi ordenador y escribir estas líneas. Por suerte ocupo tres asientos y la molestia solo es propia.
Tuve la suerte de ver en Pucela la película a la que quiero dedicar esas líneas, no para pergeñar su crítica, que los medios ya cumplieron una semana después del Festival de Valladolid* al estrenarse en Madrid. Me propongo sencillamente evocar ahora la película, que a su vez me evocó el Japón que me es familiar y que una vez más acabo de visitar.
Para empezar estos recuerdos del todo personales lo haré precisamente con los inicios de An/Anko, que de las dos formas llaman allí a esa pasta dulce de alubias rojas. Y es el sonido de alarma tan frecuente al bajar las barreras de los numerosos trenes que pasan por la periferia de Tokio, el mismo que he sentido de nuevo al volver a Fujiidera, una de las ciudades próximas a Osaka, que por su antigüedad acepta mal el carácter de ciudad dormitorio que le asigna la Wikipedia.
Por eso que el título tan comercial “Una pastelería en Tokio” repele el mismo sentido de apacible realidad que el film transmite, donde la gran urbe es del todo ajena.
Esto es lo que dice la famosa Wikipedia: Higashimurayama (東村山市 Higashimurayama-shi?) es una ciudad que se encuentra al centro-norte de TokioJapón.
Según datos del 2010, la ciudad tiene una población estimada de 151.283 habitantes y una densidad de 8.810 personas porkm². El área total es de 17,17 km².
La ciudad fue fundada el 1 de abril de 1964, luego de que fuese creada como villa en 1889 y promovida a pueblo en1942. Es una de las ciudades que conforma la zona de Tokio Occidental y antiguamente formó parte del distrito de Kitama.
Es una ciudad dormitorio de quienes trabajan en los barrios especiales de Tokio. Geográficamente se ubica en el centro de la terraza de Musashino.
¿Qué cómo sé esto? En la película nunca aparece su nombre, en cambio en un momento dado vemos unas botellas de sake que delatan su ubicación, puesto que en Fujiidera suelo hallar sake de Fujiidera, esta inscripción 東村山市  es la propia de aquella ciudad.
Y eso es lo que vemos, no las grandes aglomeraciones del metropolitano, ni sus grandes avenidas, levantadas sobre los escombros de la antigua ciudad imperial de la época Edo, tras la segunda guerra mundial, sino las estrechas calles de esa periferia y el viento de los cerezos en flor.
No nombraré aquí al vulgar y exitoso crítico que despacha sus no críticas del cine oriental, con la etiqueta de que le parece todo igual, pues quizá salva a alguno de los cineastas nipones ya clásicos en la cinematografía mundial. Y puede que sea más reservado a la hora de opinar del cine japonés. No lo sé. Digo esto, por que conviene vencer esa pereza vestida de insolencia hacia un cine que es obvio se presta o bien a empatizar superficialmente por seguir la moda, o bien a lo contrario por no compartir su distinta naturaleza.

Ya advertía Paul Schrader en su fundamental El estilo trascendental en el cine que “sólo se puede extraer una obra de su cultura hasta cierto punto”, al comparar la espiritualidad oriental de Yasujiro Ozu en relación con las modulaciones occidentales de la espiritualidad de Dreyer y Bresson. Lo cita Jordi Costa en una de las mejores críticas a An que he leído.
cine new age, cuando, en realidad, lo suyo tiene bastante más que ver con la continuidad –sumada a una modulación personal- de la mirada zen: sus personajes forman parte –si bien contingente, frágil y minúscula- del orden natural y saben que la trascendencia nunca está más allá, sino más acá, en la aceptación serena de un lugar en el mundo. Si homologar el sentido místico de su cine a lo new age es, por tanto, un síntoma de jet lag cultural, también implicaría caer en un error de bulto emparentar este último trabajo con la trivial obsesión contemporánea –y occidental- por el fenómeno de la street foodUna pastelería en Tokio apunta más alto y cala más hondo.

Como señalaba Schrader, en efecto “sólo se puede extraer una obra de su cultura hasta cierto punto”: Los personajes solo podemos entenderlos si conocemos a personas de ese ámbito geográfico, su especial interrelación. No digo, para nada, que la película no nos transmita valores universales, pero desde luego ayuda ese conocimiento al menos para no desdeñar por lo contrario a nuestras costumbres, lo mismo el tempo de la película, como la sencilla trama de la que se ocupa y la manera en que el drama se nos presenta y desarrolla.
Entiendo también que no es un cine indi, snob o de esa bienintencionada tradición new age, progre, etc. Obedece a una atenta mirada a las realidades al menos atractivas y propone en efecto tal respeto a los resortes culturales del Japón mas profundo para resolverlos- Sin estridencias y en silencio. Y también a ese cine transcendental de maestros como Ozu, al que yo prefiero llamar con reminiscencias de Spinoza, inmanente. Para mi en la inmanencia de cada detalle, hasta el más nimio, como esas alubias que merecen la gratitud de su cocinera en memoria de todas las lluvias que han recibido y la delicadeza con que serán tratadas antes de ser cocidas. O de su enseñanzas morales terribles como esas manos monstruosas, por el estigma de la lepra, que preparan la deliciosa pasta de los dorayakis, el anko.

Ahí está lo que transciende esta cinematografía adorable, digna de ser disfrutada con la mirada pura que nos ofrece.

-----* PEQUEÑA INTRAHISTORIA: La directora del film, Naomi Kawase, es decir, Kawase Naomi, invitada al Festival, no degustó ese domingo otoñal un cuarto de cordero de Castilla. ¡Lo que cuesta hacerse a ese sabor tan puro del animalito, así de primeras! Y más teniendo en cuenta el respeto y gratitud orientales ante la recepción de cualquier don. Por cierto, Respect, es el título de su próximo trabajo, ya bastante avanzado. Esa tarde fue a un restaurante japonés y pidió Ramen. Como suele pasar con las traducciones, ese ramen le pareció más bien soba. En cambio Ikuko, mi señora otrosí nipona, terció a su manera: son udon: los fideos son demasiado gruesos. Ya ven, este debate de sobremesa hubiera hecho las delicias del mismísimo Cervantes, que por Pucela  cuando fue corte también vivió. 

lunes, 21 de septiembre de 2015

EL TEMA

Últimamente, por razones que no estoy en posición de desvelar, me han censurado un par de artículos, qué difícilmente encontraréis en papel o en la red. No es que tenga demasiados lectores, pero algunos que me siguen atentamente son muy poderosos. Al final, voy a estar de enhorabuena por “publicar en provincias”, como hago semanalmente. ¡Ahí sí que no me meten mano! Esta es mi columna del domingo para el Diario de Soria, les debo agradecer que aunque cada vez hable menos de fútbol sigan igualmente publicando mis columnas deportivas y que de vez en cuando me envíen una mantequilla soriana de toda la vida, y ya en mesa por el recién otoño, la primera suculenta remesa de setas. Me vendo por muy poco.
EL TEMA

Los columnistas, debemos una y otra vez escribir sobre temas de actualidad, aunque por motivos dignos de análisis tendemos a irnos por las ramas más que ceñirnos al tronco -la columna-. Preferimos entrar en disquisiciones, incluso filosóficas, al margen de lo que se está hablando, con ribetes bien estéticos, eruditos o de metafísica profundidad.
El verano que esta semana ha dado muestras de sofoco no es bueno para el columnista. Le entretienen otras musas que luego no van al papel. Además, alejado de su sedentario hábitat corre el riesgo de perder los pocos temas que dentro de la banalidad estival pudiera encontrar. Sin las moleskine que no llevará a la playa ni a la dispersión de los chiringuitos, sin las libretas caseras, esas notas tomadas en una terraza con el favor de una jarra de cerveza fresca se perderán entre otros papelicos, tickets, y folletos turísticos de cada lugar.
La búsqueda del tema para el columnista de fuste es de lo más preciado: sin tema, no hay columna. Repito obsesionado tema, el tema perdido este verano que ya nunca encontraré y al menos respiro aliviado de que el maestro Lázaro Carreter, ese fiscal implacable de la prosa mediática no pueda vigilarme. Le irritaba el abuso del término, tal vez porque en la mayoría de los casos hubiera asunto, más que tema: “la tendencia triunfante en el léxico a anular los matices, llamar tema a todo y filosofía a nada. “Signo máximo de indigencia mental”.

Pero, yo he perdido ambos, caray. Ni tengo tema ni tengo asunto. Muy enchufado al medio. No creo que ahora se abuse de la palabra tema, salvo en situaciones puramente triviales.
En busca del tema perdido solo me queda un verano de bicicletas y barbacoas, huyendo del infierno de Madrid. El azul de Cádiz y el jabugo de la sierra de Aracena, que Miguel, Migué, er de los cinco balcones, ya me ha mandado aquí. Volver a Madrid, sin hallar el tema perdido, pero con el jamón en la puerta y sin la voracidad de mi suegra.
Prosigo mi viaje a Zahara de los Atunes, ya sin el Krahe, sin pasar por su Triguito también perdido – Blas, he cedido a la presión inmobiliaria-. Me zambullo en las olas y no encuentro mi tema. !Qué difícil la vida del columnista en verano! Paso los últimos días en Sanlúcar, gracias a la hospitalidad de Manuel y de otro Miguel, su hijo, en su maravillosa casa hostal Alcoba, el más valorado en las redes, que me cede su azotea y cocina, desde donde por las noches entre gin tonics suspiro con el sur que perdí hace unos años y donde viví mis más jóvenes años. Mientras pelo los langostinos de Sanlúcar en casa Bigote, qué dura la vida del columnista que no encuentra tiempo para darle a la tecla. El domingo voy con mi suegra al fútbol, ni en ese espacio me libro de su presencia. Juega el Cái contra el Algesiraac, (Querai o no querai Algesira ez Cai”), me gusta más su su canto “Ningún ser humano es ilegal”, me asombra esta vez su dicción castellana, cuál de ellos habrá entonado su alcalde. Pienso que los dos, ahora mismo la empanada gaditana lo mismo defiende el señorío de Pemán, ese depurador del régimen cultural que puso letra cursi al himno de España que se hace cofrade de no sé qué, porque Cai, eso pienso yo es fenicia y muy anterior a las religiones monoteístas que por suerte tampoco conoce mi suegra nipona, que complicado, quillo, su religiosidad, pero esto será ya tema de otro artículo, otra canción, que diría Javier.