viernes, 26 de febrero de 2016

AN, LA INMANENCIA DEL CINE VERDADERO

Sobrevuelo Siberia y entre incansables y numerosas lecturas, junto al seguimiento superficial de algún filme, me incorporo al maletero para rescatar mi ordenador y escribir estas líneas. Por suerte ocupo tres asientos y la molestia solo es propia.
Tuve la suerte de ver en Pucela la película a la que quiero dedicar esas líneas, no para pergeñar su crítica, que los medios ya cumplieron una semana después del Festival de Valladolid* al estrenarse en Madrid. Me propongo sencillamente evocar ahora la película, que a su vez me evocó el Japón que me es familiar y que una vez más acabo de visitar.
Para empezar estos recuerdos del todo personales lo haré precisamente con los inicios de An/Anko, que de las dos formas llaman allí a esa pasta dulce de alubias rojas. Y es el sonido de alarma tan frecuente al bajar las barreras de los numerosos trenes que pasan por la periferia de Tokio, el mismo que he sentido de nuevo al volver a Fujiidera, una de las ciudades próximas a Osaka, que por su antigüedad acepta mal el carácter de ciudad dormitorio que le asigna la Wikipedia.
Por eso que el título tan comercial “Una pastelería en Tokio” repele el mismo sentido de apacible realidad que el film transmite, donde la gran urbe es del todo ajena.
Esto es lo que dice la famosa Wikipedia: Higashimurayama (東村山市 Higashimurayama-shi?) es una ciudad que se encuentra al centro-norte de TokioJapón.
Según datos del 2010, la ciudad tiene una población estimada de 151.283 habitantes y una densidad de 8.810 personas porkm². El área total es de 17,17 km².
La ciudad fue fundada el 1 de abril de 1964, luego de que fuese creada como villa en 1889 y promovida a pueblo en1942. Es una de las ciudades que conforma la zona de Tokio Occidental y antiguamente formó parte del distrito de Kitama.
Es una ciudad dormitorio de quienes trabajan en los barrios especiales de Tokio. Geográficamente se ubica en el centro de la terraza de Musashino.
¿Qué cómo sé esto? En la película nunca aparece su nombre, en cambio en un momento dado vemos unas botellas de sake que delatan su ubicación, puesto que en Fujiidera suelo hallar sake de Fujiidera, esta inscripción 東村山市  es la propia de aquella ciudad.
Y eso es lo que vemos, no las grandes aglomeraciones del metropolitano, ni sus grandes avenidas, levantadas sobre los escombros de la antigua ciudad imperial de la época Edo, tras la segunda guerra mundial, sino las estrechas calles de esa periferia y el viento de los cerezos en flor.
No nombraré aquí al vulgar y exitoso crítico que despacha sus no críticas del cine oriental, con la etiqueta de que le parece todo igual, pues quizá salva a alguno de los cineastas nipones ya clásicos en la cinematografía mundial. Y puede que sea más reservado a la hora de opinar del cine japonés. No lo sé. Digo esto, por que conviene vencer esa pereza vestida de insolencia hacia un cine que es obvio se presta o bien a empatizar superficialmente por seguir la moda, o bien a lo contrario por no compartir su distinta naturaleza.

Ya advertía Paul Schrader en su fundamental El estilo trascendental en el cine que “sólo se puede extraer una obra de su cultura hasta cierto punto”, al comparar la espiritualidad oriental de Yasujiro Ozu en relación con las modulaciones occidentales de la espiritualidad de Dreyer y Bresson. Lo cita Jordi Costa en una de las mejores críticas a An que he leído.
cine new age, cuando, en realidad, lo suyo tiene bastante más que ver con la continuidad –sumada a una modulación personal- de la mirada zen: sus personajes forman parte –si bien contingente, frágil y minúscula- del orden natural y saben que la trascendencia nunca está más allá, sino más acá, en la aceptación serena de un lugar en el mundo. Si homologar el sentido místico de su cine a lo new age es, por tanto, un síntoma de jet lag cultural, también implicaría caer en un error de bulto emparentar este último trabajo con la trivial obsesión contemporánea –y occidental- por el fenómeno de la street foodUna pastelería en Tokio apunta más alto y cala más hondo.

Como señalaba Schrader, en efecto “sólo se puede extraer una obra de su cultura hasta cierto punto”: Los personajes solo podemos entenderlos si conocemos a personas de ese ámbito geográfico, su especial interrelación. No digo, para nada, que la película no nos transmita valores universales, pero desde luego ayuda ese conocimiento al menos para no desdeñar por lo contrario a nuestras costumbres, lo mismo el tempo de la película, como la sencilla trama de la que se ocupa y la manera en que el drama se nos presenta y desarrolla.
Entiendo también que no es un cine indi, snob o de esa bienintencionada tradición new age, progre, etc. Obedece a una atenta mirada a las realidades al menos atractivas y propone en efecto tal respeto a los resortes culturales del Japón mas profundo para resolverlos- Sin estridencias y en silencio. Y también a ese cine transcendental de maestros como Ozu, al que yo prefiero llamar con reminiscencias de Spinoza, inmanente. Para mi en la inmanencia de cada detalle, hasta el más nimio, como esas alubias que merecen la gratitud de su cocinera en memoria de todas las lluvias que han recibido y la delicadeza con que serán tratadas antes de ser cocidas. O de su enseñanzas morales terribles como esas manos monstruosas, por el estigma de la lepra, que preparan la deliciosa pasta de los dorayakis, el anko.

Ahí está lo que transciende esta cinematografía adorable, digna de ser disfrutada con la mirada pura que nos ofrece.

-----* PEQUEÑA INTRAHISTORIA: La directora del film, Naomi Kawase, es decir, Kawase Naomi, invitada al Festival, no degustó ese domingo otoñal un cuarto de cordero de Castilla. ¡Lo que cuesta hacerse a ese sabor tan puro del animalito, así de primeras! Y más teniendo en cuenta el respeto y gratitud orientales ante la recepción de cualquier don. Por cierto, Respect, es el título de su próximo trabajo, ya bastante avanzado. Esa tarde fue a un restaurante japonés y pidió Ramen. Como suele pasar con las traducciones, ese ramen le pareció más bien soba. En cambio Ikuko, mi señora otrosí nipona, terció a su manera: son udon: los fideos son demasiado gruesos. Ya ven, este debate de sobremesa hubiera hecho las delicias del mismísimo Cervantes, que por Pucela  cuando fue corte también vivió. 

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