Sobrevuelo
Siberia y entre incansables y numerosas lecturas, junto al seguimiento superficial de algún filme, me incorporo al maletero para rescatar
mi ordenador y escribir estas líneas. Por suerte ocupo tres asientos
y la molestia solo es propia.
Tuve
la suerte de ver en Pucela la película a la que quiero dedicar esas líneas,
no para pergeñar su crítica, que los medios ya cumplieron una
semana después del Festival de Valladolid* al estrenarse en Madrid. Me propongo
sencillamente evocar ahora la película, que a su vez me evocó el
Japón que me es familiar y que una vez más acabo de visitar.
Para
empezar estos recuerdos del todo personales lo haré precisamente con
los inicios de An/Anko, que de las dos formas llaman allí a esa
pasta dulce de alubias rojas. Y es el sonido de alarma tan frecuente
al bajar las barreras de los numerosos trenes que pasan por la
periferia de Tokio, el mismo que he sentido de nuevo al volver a
Fujiidera, una de las ciudades próximas a Osaka, que por su
antigüedad acepta mal el carácter de ciudad dormitorio que le
asigna la Wikipedia.
Por
eso que el título tan comercial “Una pastelería en
Tokio” repele el mismo sentido de apacible realidad que el film
transmite, donde la gran urbe es del todo ajena.
Esto
es lo que dice la famosa Wikipedia:
Higashimurayama (東村山市 Higashimurayama-shi?) es
una ciudad que
se encuentra al centro-norte de Tokio, Japón.
Según
datos del 2010, la ciudad tiene una población estimada
de 151.283 habitantes y una densidad de
8.810 personas porkm².
El área total es de 17,17 km².
La
ciudad fue fundada el 1 de abril de 1964,
luego de que fuese creada como villa en 1889 y
promovida a pueblo en1942.
Es una de las ciudades que conforma la zona de Tokio
Occidental y
antiguamente formó parte del distrito
de Kitama.
Es
una ciudad
dormitorio de
quienes trabajan en los barrios
especiales de Tokio.
Geográficamente se ubica en el centro de la terraza
de Musashino.
¿Qué
cómo sé esto? En la película nunca aparece su nombre, en cambio en
un momento dado vemos unas botellas de sake que delatan su ubicación,
puesto que en Fujiidera suelo hallar sake de Fujiidera, esta
inscripción 東村山市
es
la propia de aquella ciudad.
Y
eso es lo que vemos, no las grandes aglomeraciones del metropolitano,
ni sus grandes avenidas, levantadas sobre los escombros de la antigua
ciudad imperial de la época Edo, tras la segunda guerra mundial,
sino las estrechas calles de esa periferia y el viento de los cerezos
en flor.
No
nombraré aquí al vulgar y exitoso crítico que despacha sus no
críticas del cine oriental, con la etiqueta de que le parece todo
igual, pues quizá salva a alguno de los cineastas nipones ya
clásicos en la cinematografía mundial. Y puede que sea más
reservado a la hora de opinar del cine japonés. No lo sé. Digo
esto, por que conviene vencer esa pereza vestida de insolencia hacia
un cine que es obvio se presta o bien a empatizar superficialmente
por seguir la moda, o bien a lo contrario por no compartir su
distinta naturaleza.
Ya
advertía Paul Schrader en su fundamental El
estilo trascendental en el cine que
“sólo se puede extraer una
obra de su cultura hasta cierto punto”, al comparar la
espiritualidad oriental de Yasujiro Ozu en relación con las
modulaciones occidentales de la espiritualidad de Dreyer y Bresson.
Lo
cita Jordi Costa en una de las mejores críticas a An que he leído.
cine new age, cuando, en realidad, lo suyo tiene bastante más que ver con la continuidad –sumada a una modulación personal- de la mirada zen: sus personajes forman parte –si bien contingente, frágil y minúscula- del orden natural y saben que la trascendencia nunca está más allá, sino más acá, en la aceptación serena de un lugar en el mundo. Si homologar el sentido místico de su cine a lo new age es, por tanto, un síntoma de jet lag cultural, también implicaría caer en un error de bulto emparentar este último trabajo con la trivial obsesión contemporánea –y occidental- por el fenómeno de la street food. Una pastelería en Tokio apunta más alto y cala más hondo.
Como señalaba Schrader, en efecto “sólo se puede extraer una obra de su cultura hasta cierto punto”: Los personajes solo podemos entenderlos si conocemos a personas de ese ámbito geográfico, su especial interrelación. No digo, para nada, que la película no nos transmita valores universales, pero desde luego ayuda ese conocimiento al menos para no desdeñar por lo contrario a nuestras costumbres, lo mismo el tempo de la película, como la sencilla trama de la que se ocupa y la manera en que el drama se nos presenta y desarrolla.
Entiendo
también que no es un cine indi, snob o de esa bienintencionada
tradición new age, progre, etc. Obedece a una atenta mirada a las
realidades al menos atractivas y propone en efecto tal respeto a los
resortes culturales del Japón mas profundo para resolverlos- Sin
estridencias y en silencio. Y también a ese cine transcendental de
maestros como Ozu, al que yo prefiero llamar con reminiscencias de
Spinoza, inmanente. Para mi en la inmanencia de cada detalle, hasta
el más nimio, como esas alubias que merecen la gratitud de su
cocinera en memoria de todas las lluvias que han recibido y la
delicadeza con que serán tratadas antes de ser cocidas. O de su
enseñanzas morales terribles como esas manos monstruosas, por el
estigma de la lepra, que preparan la deliciosa pasta de los
dorayakis, el anko.
Ahí está lo que transciende esta cinematografía adorable, digna de ser
disfrutada con la mirada pura que nos ofrece.
-----* PEQUEÑA INTRAHISTORIA: La directora del film, Naomi Kawase, es decir, Kawase Naomi, invitada al Festival, no degustó ese domingo otoñal un cuarto de cordero de Castilla. ¡Lo que cuesta hacerse a ese sabor tan puro del animalito, así de primeras! Y más teniendo en cuenta el respeto y gratitud orientales ante la recepción de cualquier don. Por cierto, Respect, es el título de su próximo trabajo, ya bastante avanzado. Esa tarde fue a un restaurante japonés y pidió Ramen. Como suele pasar con las traducciones, ese ramen le pareció más bien soba. En cambio Ikuko, mi señora otrosí nipona, terció a su manera: son udon: los fideos son demasiado gruesos. Ya ven, este debate de sobremesa hubiera hecho las delicias del mismísimo Cervantes, que por Pucela cuando fue corte también vivió.
-----* PEQUEÑA INTRAHISTORIA: La directora del film, Naomi Kawase, es decir, Kawase Naomi, invitada al Festival, no degustó ese domingo otoñal un cuarto de cordero de Castilla. ¡Lo que cuesta hacerse a ese sabor tan puro del animalito, así de primeras! Y más teniendo en cuenta el respeto y gratitud orientales ante la recepción de cualquier don. Por cierto, Respect, es el título de su próximo trabajo, ya bastante avanzado. Esa tarde fue a un restaurante japonés y pidió Ramen. Como suele pasar con las traducciones, ese ramen le pareció más bien soba. En cambio Ikuko, mi señora otrosí nipona, terció a su manera: son udon: los fideos son demasiado gruesos. Ya ven, este debate de sobremesa hubiera hecho las delicias del mismísimo Cervantes, que por Pucela cuando fue corte también vivió.
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