En principio, he de aclarar la licencia temporal con la que abría esta necrológica. En ese ayer desde su muerte han pasado justo 38 años. Tantos como los que le tocó vivir bajo el franquismo en el exilio. Por otra parte, ese largo paréntesis de silencio y olvido era absoluto en su caso. Nadie escribió entonces su obituario. Su amigo Finki Araquistain, hijo del socialista Luis Araquistain, sí lo tuvo muerto ya Franco, gracias a la pluma de Víctor de la Serna en las páginas de El País, aunque -todo hay que decirlo- con menos mérito, como no sea este el de verse envuelto en las gestiones de devolución del Guernica, habida cuenta de que su padre fue embajador en París durante la Exposición Universal del 36 para la que se encargó la legendaria obra.
Difícilmente nadie hubiera podido escribir esa memoria. Antonio Ruiz Vilaplana llevaba en Ginebra una confortable vida de funcionario, intérprete de las Naciones Unidas, alejado de los círculos políticos, sin haber vuelto a publicar nada más, salvo un libro reportaje de los exiliados españoles en Nueva York, aparecido en México en 1945, y obviamente, con una limitada repercusión.
En su reciente publicación en España por la editorial Zimmerman, al bosquejar un mínimo apunte biográfico a manera de prólogo -aunque interesantísimo-, así lo hacían constar sus editores. Vilaplana sale de Estados Unidos, tal vez ante la insidiosa presión del macartismo, rumbo a México, puede que en su periplo conociera otros países latinoamericanos, pero insoslayablemente el tiempo y su biografía parecían detenerse en la Suiza de los relojes y chocolatinas, de los lagos y montañas bucólicas…Y eso, a pesar, que de estos clichés se aleja bastante la Ginebra de Calvino, Servet, Voltaire y Rousseau, que contaba además con una ilustre colonia de exiliados españoles, a la que también habré de referirme en otro lugar.
Esta inmensa laguna al fin ha sido cubierta, en parte debido a la reciente visita de sus descendientes helvéticos a Burgos. Cuya invitación fue obra de Carlos Olivares, a raíz de la nueva edición de 'Doy fe…': su éxito local demuestra el gran interés que su figura, y especialmente, su testimonio (el cual no puede valorarse íntegramente sin el análisis biográfico de su autor) siguen despertando 75 años después.
Y si desconocidos eran del todo sus años finales, otro tanto puede decirse de sus primeros, y sobre todo, sus orígenes familiares. Relata su hijo Miguel que Antonio Ruiz Vilaplana era de padre desconocido, si bien de importante posición social. Es posible que Antonio no llegara a conocerle como tal, hecho en la formación de su personalidad de indudable interés. Es sabido que Vilaplana vivió 2 años en Burgos y en anteriores destinos como secretario judicial sin la presencia de su mujer y sus 2 hijos españoles (nos dice Miguel que su consorte era mayor que él, fruto tal vez de un matrimonio “propio de la época”, entendiendo por tal, el de conveniencia). Moviéndonos en terreno tan conjeturable es improbable calibrar el encaje de su vida familiar con el siguiente suceso -en parte trágico, en parte cómico- aparecido en la prensa gallega durante otro agosto, el de 1933. Decía así la breve noticia:
“(El Ferrol). Volcó el automóvil que conducía el secretario del juzgado don Antonio Ruiz Villaplana (síc). Su madre política quedó debajo del coche…Los dos fueron recogidos en lastimosos estado.-Corresponsal.”
(ARV en la Residencia de Estudiantes, delante, Emilio Prados, 1920)
Probablemente, la ausencia paterna en su niñez tuviera que ver con la descomposición de su primera familia, siendo el factor desencadenante la separación forzosa provocada por la guerra civil y su posterior salida a Francia conduciendo un Hispano Suiza vino a fraguar la ruptura definitiva. Vilaplana fue un ávido conductor y gran viajero. Afición esta que le proporcionó gran libertad y le facilitó el trabajo, a menudo, fuera de su residencia familiar.
En un futuro próximo continuaré la indagación sobre su personalidad. Ya que el impacto de su gran obra testimonial: 'Doy fe', en efecto, es prosa notarial y no de la realidad oficial, sino por una vez, elevada a la realidad misma. La lectura de esta obra ignominiosamente secuestrada produce un curioso efecto, en gran parte contradictorio. Necesitamos profundizar no tanto en los crímenes de los que levanta acta -eso por fin forma parte de nuestra literatura e historia abundantísima-; sino en conocer el devenir de su propia vida, él es, a pesar de su inventario fidedigno de atrocidades, "el verdadero protagonista de una novela que permanece con nosotros una vez se ha cerrado el libro". Es lo que a este escribano le pasó hace unos años. "Vilaplana se ha convertido en uno de esos fascinantes autores-personaje cuyo atractivo reside precisamente en esa unión indisociable de vida y obra."
http://www.elcorreodeburgos.com/noticias/2011-08-14/antonio-ruiz-vilaplana-apuntes-para-una-biografia-1
Y la 2ª parte:
http://www.elcorreodeburgos.com/noticias/2011-08-15/antonio-ruiz-vilaplana-apuntes-para-una-biografia-2
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