En todo caso, estamos ante una anomalía dentro de la muy abundante tradición del negro literario. Lo normal es que quien halaga la obra del negro no sea el propio negro, sino que sea el falso autor el que se vanaglorie de su supuesta obra (que puede llegar a creer suya ante el negro, casos haylos). Esta mórbida relación deja en suspenso la máxima de que está mal que uno celebre y aplauda sus propios actos. Además por partida doble.
Y, desde luego, por una vez la venganza del negro no está justificada. Había sido remunerado con abundancia y con favores fuera de la ley. En realidad, Antonio Alemany no es negro, ni siquiera literario, por lo que no pasará a engrosar la nebulosa leyenda del gremio. Tampoco heterónimo borgiano, machadiano, ni tendrá parentesco alguno con tantos autores salidos de la pluma de Pessoa.
Fueron los franceses los primeros en hablar de negros (négres litteraires). También en Francia está más reconocida la labor de plumillas (plumes) dentro del terreno de la política, como lo podía haber sido él sin abonar el campo de la corrupción: Emmanuel Berl de Philippe Pétain, Erik Orsenna -premo Goncourt 1988- de François Mitterrand, Christine Albanel de Jacques Chirac y desde 2007 Henri Guaino, de Nicolas Sarkozy. Algún día no lejano debería la prensa de este país relacionar un poco con más celo los gabinetes de aquí. Mientras esto sucede acabo de releer un curioso artículo muy a propósito. "El juego de la ventriloquía política".
Hay otras muchas venganzas que si son legítimas. El negro tal vez más famoso fue el principal de los muchos que tuvo Alexandre Dumas (padre): Auguste Maquet. Se le conocen unos setenta y seis. No es de extrañar, por tanto, que su prolífica autoría fuera bautizada como "Fábrica de novelas: Casa Alejandro Dumas y Cía". Las anécdotas en consecuencia son numerosas. Por ejemplo:
- Dumas padre le preguntó a Alexandre Dumas (hijo), "¿Has leído mi nueva novela?", a lo cual él le contestó: "Sí. ¿La has leído tú?"
- Muy apenado porque se le había muerto su «negro» y abrumado por sus compromisos editoriales, un día se le acercó un hombre que le dijo: «Alejandro, no te preocupes, yo soy el negro de tu negro».
- "¿Dumas? Un mulâtre qui a des nègres". (¿Dumas? Un mulato que tiene negros). O parecido: "Le premier homme de couleur à avoir des nègres blancs".
Y como la historia se repite según Marx bajo la forma de farsa, en España el continuador exitoso del decimonónico Dumas es el ínclito Arturo Pérez-Reverte. Puede que, conocedor y admirador de la factoría francesa, haya copiado incluso la fórmula. Todo pasable si no asomara la fantasmal sombra del plagio. Recientemente fue condenado por la Audiencia Provincial de Madrid. Octavio Colis, amigo de las noches del Café Estar de Malasaña, compuso esta magistral pieza, más allá del ensayo académico: Arturo Pérez Reverte: de copias, robos, falsificaciones y plagios. Y hay más.
Pero hablábamos de las venganzas de los negros de verdad, no de sus explotadores. Cándido cuando más juvenilmente hacía honor al heterónimo volteriano fue negro de fray Justo Pérez de Urgel, que estaba durante el franquismo muy en el "candelabro". ¡Veinte biografías bajo el título de Los mártires de la Iglesia y el subtítulo Testigos de su fe, asesinados en la Guerra Civil! El encargo era tan urgente que debía estar concluido en un mes e iría firmado por fray Justo, abad del Monasterio del Valle de los Caídos, que cobró 40.000 duros de entonces; las prisas hicieron que Cándido se inventase muchos de esos heroicos mártires de la fe para ir más rápido; el beneficiario nunca le dio las gracias ni se molestó en verificar la obra.
Dice Cándido:
Las trescientas setenta páginas fueron una mezcla de invención y de plagio. (...) Inventé demencias y profanaciones y sentí piedad por los humildes. (...) Plagié bastante, como digo. Entre otros libros, Checas de Madrid, de Tomás Borrás, del que hurté muchas páginas. (...) Un día me acerqué a él y le dije: "Oiga Borrás, le he copiado treinta o cuarenta páginas de Checas de Madrid, puede llevarme a la cárcel, pedirme cien millones de indemnización o llevar a la cárcel a fray Justo Pérez de Urbel, que es el que firma el libro que yo he escrito.
Efectivamente, el plagio es uno de los recursos del negro, tanto por venganza como por premura y falta de reconocimiento. ¿Si el autor no va a ser reconocido, qué valor tiene la autenticidad de lo escrito?
Parecido es el caso, aunque más actual de Ana Rosa Quintana, quién sabe si en este siglo XXI de las maravillas (cervantinas, como las que pregona mi blog) nos sorprende con la tercera parte del Quijote. La segunda del Quijote fue también a caballo de siglos y su plagio sonado a fines del XX le sorprendió a ella -en esto verdaderamente inocente- por culpa de un "colaborador estrecho", que así llamó la famosa presentadora a su negro periodista, casualmente apellidado Rojo.
Otros plagios menos comprensibles son los ochocientos o ni se sabe del escritor peruano Bryce Echenique. Plagia artículos enteros donde solo se molesta en cambiar la firma. Culpa de ellos a su secretaria. Ya confeso declaró que el plagio es un halago para su autor. En el citado artículo -clickado más arriba- de la ventriloquía política se recuerda que al negro imaginado por Marías en su novela Mañana en la batalla piensa en mí le resultaba halagador que ministros, directores generales, prelados o banqueros llegaran a convencerse de que las palabras prestadas les pertenecían y que habían salido incluso de sus cabezas. Lo cual corrobora cuanto llevo expuesto. Ahora bien, en el ámbito de la literatura, lo mismo que en el del cine, el consabido pretexto de los homenajes tiene sus límites. ¿Porqué si no la editorial del chico Nozilla retiró su último libro ante las quejas de la viuda de Borges?
Acabo por citar uno más de otros tantos plagiadores conocidos: Quim Monzó, en su faceta de articulista se prodiga peligrosamente como traductor.
Ya ven, no sé cómo vienen a cuento estos ejemplos literarios (tan del gusto de mis ociosos lectores letraheridos) con el corrompido panorama de la realidad política nacional.
No se nos hagan huéspedes los dedos, pues todos copiamos, del gen, primero; del aire después robamos lo que necesitamos para vivir y luego al aire devolvemos el aire restante, que es como un mear y cagar constante, eructar, perdón, también peerse, todo es devolver lo tomado, sin poderlo evitar, tomar, devolver y falsificar, volver a empezar; plagiamos o plagian nuestras neuronas espejo, sin querer o sin nosotros saberlo, y robamos cuando desfallecemos, cuando no podemos más. Luego vienen Kant, o la moral de Gastón, que llega segura, y nos sanciona, apunta y castiga con el bastón y ahora nos señala Blas... por humano y negro comportamiento, que si digo, dice, que si miento... ¡qué afán de fisgar!, ¿dónde vamos a llegar, señor López Angulo? ¿Nos ha de cocer, simplemente por ser, a fuego lento?
ResponderEliminarQuerido Blas,
EliminarIlustras con humor sobre este asunto que a tantos da morbo, y a algunos tantas úlceras de estómago.
En mi caso, me regodeo en mi silla porque yo también he sido negro. Ni una ni dos, sino hasta tres veces, con materiales en cada caso rotundamente distintos. De uno de ellos me siento realmente avergonzado, porque escribía mierda muy bien escrita (no es porque lo hiciera yo) para que el "autor" la tuneara hasta convertirla en mierda mal escrita pero mucho más vendible, y vaya si vendió. No es prudente aportar más datos, aunque no te digo que si un día me pillas con dos cervezas de más... En fin, seguro que el menda ya se ha muerto, de esto hace mucho tiempo. La segunda es más académica, y también ha llovido. De la tercera te sorprenderías.
Bueno, que gracias por tu texto y por compartirlo.
A ver si antes de que acaezca la muerte de alguno de nosotros podemos volver a encontrarnos para un vino y una risa.
Un abrazo,
josé
¿Y qué quieres qué opine un negro, serio , leal y cumplidor de sus encargos, que no plagio nunca?
ResponderEliminarOctavio, esas barrocas reflexiones las he visto antes en otra parte.¿Se copia vos a si mismo? Y de su ensayo citado en el texto subrayo (y me apropio de) lo siguiente:
EliminarFundamentalmente, los artistas somos gentes solitarias que nos pasamos la vida haciendo cosas que nadie nos ha pedido que hagamos y que, además, pretendemos nos den de comer. En realidad el arte no sirve absolutamente para nada, por lo que los artistas hacen cosas que no sirven para nada, hasta que las venden. Entonces sirven para que no nos desanimemos y sigamos haciendo cosas. La verdad es que para no ser el arte algo necesario no ha dejado de hacerse recalcitrantemente desde la noche de los tiempos y ha tenido siempre mucho prestigio, tanto o más que el dinero mismo, con el que tiene una estrecha relación, como la del psicoanalista con el psicoanalizado, o más.
Al negro José: vengan ya esos vinos.
Al negro Segura:Gastón, pero si es usted un negro de confianza. No tema.
maestro esta vez me has dejado sin palabras. Lo de Dumas, mi amado Dumas...
ResponderEliminarMucho curro y una brillantez absoluta. Mi sincera enhorabuena ante este trabajo, que es para mi uno de los más brillantes(y divertidos) que has escrito.
Queda pues con salud.
Antonio Ortiz.
En mi caso he sido negra, ¿orgullosa? no, hambrienta.
ResponderEliminarLola
Otro conocido mío, también funcionario, le escribía discursos a su jefe poniendo siempre una firma implícita, para que los amigos supiéramos que era él el autor, y para que nos diera la risa. La firma era “trasnochado y falaz”. Aquel preboste daba un discurso inaugurando una carretera comarcal, o presentando una carrera ciclista, o un concurso de gastronomía, y en algún momento saltaban esos dos adjetivos: trasnochado y falaz. Los dos juntos. “No creemos en la idea trasnochada y falaz de que la cocina andaluza no es comparable a otras cocinas del Estado”; “Una izquierda(o una derecha)transnochada y falaz se niega a apostar por las nuevas tecnologias”, etc.
EliminarA.M.M.
Viene a cuento:
ResponderEliminar"Un autor tan prolífico (publicó más de trescientas novelas, ninguna de las cuales baja de las seiscientas páginas, a las que hay que sumar su obra poética y dramática) necesitaba el apoyo de cierta, digamos, infraestructura. En sus años más fecundos, trabajaba para Fernández y González un equipo de secretarios, a los que dictaba los capítulos que debían ser publicados al día siguiente; ellos los transcribían taquigráficamente, pues el discurso que pasaba de la imaginación a los labios del sevillano era tan fluido y arrollador, que hubiera sido imposible plasmarlo de otro modo. Después de tres o cuatro horas de frenético dictado, era también labor de los secretarios convertir las notas taquigráficas en prosa clara, para que ésta pudiera llegar puntualmente a la imprenta. Pronto esta forma de trabajar levantó sospechas y críticas entre la profesión, afirmándose que los secretarios eran en realidad “colaboradores” a la manera de los de Dumas, y que sobre unas líneas argumentales levemente trazadas por su jefe, eran ellos quienes hacían todo el trabajo de redacción y composición. En son de burla, se dijo que las iniciales “M. F. G.” que el sevillano lucía en letras doradas sobre las portezuelas de su coche, significaban en realidad “Mentiras Fabrico, y Grandes”. . El más famoso de sus secretarios, el joven Vicente Blasco Ibáñez, que utilizó la técnica allí aprendida para escribir La araña negra, nada dijo sobre el tema. Sólo Tomás Luceño, uno de los últimos que trabajaron para él, concedió en 1929 una entrevista a Carmen de Burgos, en la que defendió apasionadamente la genialidad y la capacidad de trabajo de Fernández y González. Evoca las maratonianas sesiones de dictado en las que el sevillano se comportaba, según Luceño, como una máquina, brindándoles el texto prácticamente terminado según salía de su imaginación; y a la pregunta de la periodista: “¿Es verdad que estaba siempre borracho?” contesta indignado: “¡Falso! No lo vi jamás borracho, ni siquiera alegre. Se emborrachaba de genio, de imaginación; pero no bebía.”
Un autor tan prolífico (publicó más de trescientas novelas, ninguna de las cuales baja de las seiscientas páginas, a las que hay que sumar su obra poética y dramática) necesitaba el apoyo de cierta, digamos, infraestructura. En sus años más fecundos, trabajaba para Fernández y González un equipo de secretarios, a los que dictaba los capítulos que debían ser publicados al día siguiente; ellos los transcribían taquigráficamente, pues el discurso que pasaba de la imaginación a los labios del sevillano era tan fluido y arrollador, que hubiera sido imposible plasmarlo de otro modo. Después de tres o cuatro horas de frenético dictado, era también labor de los secretarios convertir las notas taquigráficas en prosa clara, para que ésta pudiera llegar puntualmente a la imprenta. Pronto esta forma de trabajar levantó sospechas y críticas entre la profesión, afirmándose que los secretarios eran en realidad “colaboradores” a la manera de los de Dumas, y que sobre unas líneas argumentales levemente trazadas por su jefe, eran ellos quienes hacían todo el trabajo de redacción y composición. En son de burla, se dijo que las iniciales “M. F. G.” que el sevillano lucía en letras doradas sobre las portezuelas de su coche, significaban en realidad “Mentiras Fabrico, y Grandes”. Hoy resulta imposible saber cuánto hay de verdad en aquellas acusaciones. El más famoso de sus secretarios, el joven Vicente Blasco Ibáñez, que utilizó la técnica allí aprendida para escribir La araña negra, nada dijo sobre el tema. Sólo Tomás Luceño, uno de los últimos que trabajaron para él, concedió en 1929 una entrevista a Carmen de Burgos, en la que defendió apasionadamente la genialidad y la capacidad de trabajo de Fernández y González. ..."
Claro que viene a cuento, pero me pasa como al genio de las 300 novelas, que trabajamos tanto que nos embriagamos de genio y de bioplia: ¡porque juraría que he leído 2 veces el mismo texto!
EliminarAhora me entero que yo de pequeña, era negra, pues escribia las redacciones a mis compañeras de clase
ResponderEliminar