viernes, 30 de abril de 2010

Homenaje a Javier Ortiz



homenaje a javier ortiz

Donosti, 30 abril 2010. De izquierda a derecha o de derecha a izquierda, según se mire:

Rafael Chirbes, Garbiñe Biurrun, Arantxa Gurmendi, Mikel Iturria, Ignacio Escolar y Mariano Ferrer.

http://www.javierortiz.net/voz/tributo/el-30-de-abril-hay-un-homenaje-a-javier-ortiz-en-donostia

miércoles, 21 de abril de 2010

Algo más sobre el ensayo de Chirbes: "Por cuenta propia. Leer y escribir"


"Se habla excesivamente de los autores, y de los libros que escriben, en vez de leerlos" (R. Chirbes).

Y, en consecuencia, cuantas veces se dicen pestes de ellos, sin tomarse la más mínima molestia en leerlos.
También debo dar la razón a Chirbes en esto:

"Y es en la densidad de su textura (se refiere al libro, dixit Blas), en esa imposibilidad que tiene de ser resumido (aquello que hacían los del Reader's Digest), en lo que un texto alcanza su razón de ser, su carácter de intransferible porción de aura".

Mientras me esforzaba vanamente en recensionar -resumir- su ensayo, desnudar-las-palabras-del-poder.html , me rondó por la cabeza la sensación de que estaba traicionando justo esa "porción de aura". Confieso que sentí ganas de escribir otro libro con la luz que me proporcionaban todas las reflexiones de Chirbes, fruto de sus lecturas y oficio ("Leer y escribir"). Por suerte para mis improbables lectores, esa tarde de Semana Santa mis obligaciones familiares me impedían tal propósito. Por hazaña tengo, el que redactara la reseña mientras mi hija sufría arrebatos de diva ante la concurrencia de sus primos y primas.

Por razones de espacio, evidentemente, tuve que prescindir de interesantes capítulos. Uno de ellos, principal, estaba dedicado a la "novela de guerra". Lo descarté porque en su mayor parte refería literatura extranjera, a diferencia de los otros clásicos que han conformado el gusto de Chirbes: La Celestina, Cervantes, Galdós. Lo sentí, porque de cualquier manera reforzaba machaconamente las mismas tesis del libro con ejemplos aún más vivos y trágicos, si cabe, correspondientes a las "explosiones" bélicas del pasado siglo. Con vuestro permiso restauro aquí esa parte:

La nueva manera de ver la guerra en la novela del siglo XX tiene mucho que ver con la expresión del argot de la soldadesca, un nuevo lenguaje que desnuda paródicamente los valores militares. Chirbes lo emparenta conVillon, Rabelais, y por supuesto, con la picaresca española: el soldado de Hasek con Sancho Panza según confesión de su autor, pero también con ese pesimismo radical de Lázaro de Tormes.

Barbusse les llama "les proletaires des batailles", un apelativo que sus censores tachaban. El mejor Sender de Imán denuncia el deber cívico de morir que se les impone por el derecho de unos pocos (p. 75). En el episodio nacional Aita Tettauen (1905), Galdós escribe: "El lenguaje es el gran encubridor de las corruptelas del sentido moral, que desvía a la humanidad de sus
verdaderos fines".
La belleza de los versos de Homero nos ofrece la narración de los vencedores, aunque los filólogos -nos dice Chirbes- llevan dos mil años sin darle mayor importancia. Hasta el cínico Bardamu de Céline siente la necesidad de contar la narración de los jornaleros de la guerra, puesto que "el olvido es siempre la verdadera gran derrota: la que convertirá su sangriento degüello en cumplimiento del deber y la cruel estupidez de los oficiales en caballerosidad" (p.84).

domingo, 11 de abril de 2010

La muerte de la literatura según Todorov




La Literatura en peligro

Tzvetan Todorov
Galaxia Gutenberg, 2009
109 págs., 16.00 €

En La literatura en peligro Todorov repasa sumariamente las relaciones entre literatura y comprensión del mundo. Cuestiones como la “el arte por el arte”, la autonomía de la obra, etc., han dado en dividir la producción entre una literatura de masas y una literatura elitista de críticos y académicos estudiosos.

Cualquier método de análisis que, olvidándose de su función, se entroniza como fin en sí mismo no sólo peca de reduccionista, sino de irresponsable. Nos lo dice alguien que en los ochenta había comenzado su desarraigo del corsé de los sistemas y las categorías. La Bulgaria comunista, confiesa que coartaba su libertad investigadora, por lo que se refugió en los estudios de la forma. Para evitar tanto una adhesión a la temática revolucionaria que no sentía, así como una desafección que tampoco practicaba. Llegado a París en 1963 profesionaliza su interés por los citados estudios: se afilia al círculo de Barthes, traduce al francés y compila a los formalistas rusos, ahonda en el estructuralismo, la filosofía del lenguaje y la semiótica. Sin embargo, a raíz de su creciente afinidad con los temas de la otredad, pronto pierde su afición por los aparatos analíticos establecidos. (Personalmente, en los 90 mi conocimiento se corresponderá con este “segundo Todorov”).

Esta toma de distancia se traduce en Crítica de la crítica (1984), cuidado embate contra la concepción inmanente de la literatura defendida desde hace 200 años por los románticos y sus innumerables herederos. Parecen olvidar, alega Todorov, que “La literatura trata sobre la existencia humana”.

Efectivamente, en 1750 -nos recuerda el ensayista- surge la Estética como disciplina (ciencia de la percepción) completando un giro, puesto que los cánones tradicionales se centraban en la Retórica (se aprendía cómo escribir). Como consecuencia muchas artes abandonan su servicio en iglesias o palacios instalándose en museos para ser contempladas por su solo valor estético. El famoso urinario de Duchamp se convertirá en obra de arte, por el mero hecho de trastocar su ubicación y destino. Lo cual no es de extrañar, dado que a principios del siglo XX el arte termina por romper su relación con el mundo. En parte, debido al impacto de las tesis de Nietzsche que niega la verdad o la validez de cualquier método para llegar a ella. No es casual su influencia posterior en filósofos como Heidegger, Gadamer y posmodernistas: Lyotard, Vattimo, Rorty...Se negará la mayor: no sólo la literatura no está legitimada como vía de conocimiento, sino que el discurso filosófico y científico se verán afectados por esa misma sospecha. Los “deconstruccionistas” los describirán como si fueran géneros literarios. Ahora bien, a Rorty Todorov le tiene bastante en cuenta cuando aquel propone en un estudio (Redemption from Egotism. James and Proust as spiritual exercices, 2001) la aportación de la literatura a nuestra comprensión del mundo. No como verdad o conocimiento, sino como cura para nuestro “egotismo” . “Lo que las novelas nos ofrecen no es un nuevo saber, sino una nueva capacidad de comunicación con seres diferentes de nosotros, y en este sentido participan más de la moral que de la ciencia” (p.88, La literatura en peligro).

Todo esto por contradictorio que nos parezca no deja de tener su coherencia. Equiparados todos los “relatos”, ante la esterilidad de cualquier propuesta filosófica, cabe, en cambio, otorgar al arte, además de su plus estético, una especie de iluminación “comunicativa”en un plano de “interacción subjetiva”. El siguiente paso sería recomendar las enseñanzas de Eurípides, Dante, Shakespeare o Cervantes sobre la condición humana antes que las de los más eminentes sociólogos o psicólogos.

En mi opinión, los excesos del formalismo académico, íntimamente ligados al nihilismo y solipsismo que también cita Todorov, han pervertido algunas claves bien armonizadas desde el Renacimiento, perfectamente retomadas en la Crítica del juicio (1790) de Kant. Lo bello no puede objetivarse, pero puede reconocerse y valorarse moralmente de forma consensuada por la comunidad.

Por lo demás, los peligros de la literatura no sólo tienen que ver con sus mercenarios exégetas. Evidentemente, la cultura audiovisual del pasado siglo, unido a las nuevas tecnologías del presente, incluso los nuevos soportes, condicionan su futuro tanto o más. Y conforma su propuesta de “fomento” de la lectura, incluso de aquella literatura que personalmente aborrece, un espíritu afín a las utopías rousseaunianas de la Ilustración basadas en la educación y progreso, actualmente, al menos en parte, cuestionadas.

En definitiva, conviene relativizar los peligros de la literatura y el arte. Ya en su tiempo Hegel pronosticó la muerte del arte, justo por lo contrario, "la apoteosis de la razón". Manejaba un concepto, Aufheben, con un doble sentido contradictorio en alemán, que por lo dicho antes nos viene de perlas. Aufheben quiere decir por un lado “superar en tanto que abolir. El arte y la literatura abolidos como lenguajes, trivializados. En cambio, Aufheben, superar” es también elevar a un estado superior su sentido, trascenderlo, conservarlo (¡en una 3ª acepción complementaria!) en otro nivel, no suprimirlo.

Por eso mismo, Schlegel con ironía relativizaba los virtuosismos de las formas. Lo cual como compartía el otro día, a propósito deensayo de Chirbes,no quiere decir que el autor deba despreciar la sabiduría literaria acumulada. Ni que su obra deba separarse del acervo universal de toda experiencia humana. De otra manera y durante la anomalía del franquismo lo dejó escrito en su pizarra el profesor de Estética, precisamente, José Mª Valverde, antes de renunciar a su cátedra: “Nulla aesthetica sine ethica. Ergo apaga y vámonos”.


jueves, 8 de abril de 2010

La Liga de los gitanos

Si detienen a una banda de balcánicos itinerantes los mass media nos contarán que se trataba de serbios, croatas o bosnios gitanos, o incluso alguna televisión erróneamente tirará del cliché de gitanos rumanos. Si otro itinerante, con el mismo apellido que algún miembro de esa banda, aterriza en el Camp Nou dispuesto a laurearse en la Liga de los Campeones... hablarán del sueco Ibrahimovic, a lo más nos ilustrarán de su origen balcánico, nunca gitano.
Los gitanos nacen para robar, ya lo dijo el mismo Cervantes.
Supongamos, ahora, que el delantero centro de más raza o casta de la selección española fuera gitano. Impensable, ¿verdad? Telmo Zarraonaindia Montoya, autor del más legendario gol de toda la historia de "la roja", pertenecía a eso que llaman la etnia gitana, al menos por parte de su madre Tomasa Águeda Montoya Salazar. (Algo sobre los gitanos vascos y su argot llamado erromintxela).
Pues de estos orígenes no nos enteramos por las narraciones épicas de Matías Prats, sino 60 años después por un artículo del New York Times (6-10-09) que cita este post de J. A. Muñoz "Los gitanos y el fútbol". El periódico neoyorquino, a propósito de los éxitos de la escuadra española se centra en la irrupción de un nuevo talento, el sevillano Jesús Navas y en los problemas de adaptación que sufre fuera de su ambiente familiar gitano. En ese contexto el periódico se hace eco de la numerosa relación de futbolistas gitanos que propone J.A. Muñoz mencionando algunos de los más ilustres, Eric Cantona, Hristo Stoichkov, Gheorghe Hagi o como antecedente español, Telmo Zarraonaindia, Zarra.
En la lista difundida por Internet hay quienes incluyen a Cristiano Ronaldo, habida cuenta la importante repoblación gitana en la isla portuguesa de Madeira. ¿Lo incluyen movidos por motivos de orgullo gitano o, por contra, ignominiosos?
En cuanto oímos en los medios hablar de una reyerta, damos por seguro, si no lo explicita la noticia, que se trata de una reyerta gitana. Cuando hablamos de las rutilantes estrellas de la Champions Ligue, Ibrahimovic, el hoy actor de cine Cantona (dirigido por Ken Loach y antes por Jean Becker) o el mismísimo Ronaldo, ¿añadimos también la cualidad de gitanos? O nos frotaríamos los ojos. Hasta ahora la única excepción de genio permitida al pueblo rom ha sido la del flamenco. Puede que como hasta ahora el apellido Ibrahimovic nos suene más a sueco que a gitano, ya que pertenece a un galáctico de la Liga de los Campeones. ¡Será por corrección política! Por eso mismo escribo hoy: "Día Internacional del Pueblo Gitano".

lunes, 5 de abril de 2010

Desnudar las palabras del poder


Para Rafael Chirbes la tarea del escritor consiste en desnudar las palabras del poder. Como tal se aplica a ello lo mismo en sus novelas que en libros como éste donde repasa esta forma de entender el arte por encima del arte, como actividad humana que al cabo es. A Chirbes, como antes a Aub, la literatura le importa un bledo, podríamos decir para colmar la risa de sus felices antagonistas: “Me importan la libertad y la justicia”, escribió en Campos de los almendros, su más grande novela y una de las mayores de este siglo.

Entre los materiales para contar la vida Chirbes tiene en cuenta a los grandes novelistas como Balzac o Proust, lo mismo que ese panfleto de Marx que es el Manifiesto comunista o un poema, De rerum natura, de Lucrecio. Sin descartar su propia experiencia vivida.

Sobre todo Rafael Chirbes herido por la vida que le ha tocado en suerte busca entre nuestros clásicos para comprender el mundo y apreciar cómo lo han contado.

Su primera cala es La Celestina. Rojas rompe “con la pirámide social y el orden moral” al hacer hablar a los criados como los amos sin ser los bufones de turno. Inaugura la dialéctica de la sospecha desde abajo. A juicio de Chirbes, “convierte la lectura en un ejercicio de sospecha”. La tradición de los clásicos puesta en boca de la alcahueta Celestina, de criados con nombres cómplicemente clásicos y prostitutas resulta subversiva. Celestina, dueña también de las palabras, vive de su poder mistificador (“cáscara retórica para envolver las pasiones”). “¡Qué palabras tiene la noble!", dice Pármeno.


Frente al desnudo nihilismo de la Celestina, Cervantes nos propone “la fuerza de una idea” para “ayudarnos a seguir adelante en un momento en el que todo es inseguro y hostil”, cuyo sentido no se encuentra, sino que se construye.

Don Miguel es hombre que está en los márgenes, mira desde el resbaladizo lugar que es a la vez dentro y fuera. El fantasma de la sospecha, también en él, recorre sus obras y el miedo de una sociedad a expresar lo que piensa. El retablo de las maravillas es su mayor ejemplo. Y su lectura, siglo XXI mediante, no ha perdido ninguna actualidad. Más bien, al contrario. Esa joven o vieja derecha, que lo mismo es, que niega sin complejos la valía del Quijote no sabe ¡hasta qué punto se retrata! Es como si los herederos de quienes le ningunearon en vida actuasen como sus replicantes.

Cervantes ya es contemporáneo nuestro cuando entiende la “escritura como forma de conocimiento del novelista”, lo que le distancia de ese hábil e intransigente predicador que fue Quevedo. El novelista es maestro del matiz, algo que imitó muy bien el soldado “sanchopancesco” de Hasek, tonto-listo, socarrón, que mira el mundo desde abajo y ve el juego de los de arriba como absurda representación.

El más egregio manco nos ha legado una de las mejores representaciones de la comedia humana, según el erudito Jean Canevaggio.

La última cala entre los maestro corresponde al peligroso Galdós.

Hablando tiempo atrás de Crematorio, la última novela de Chirbes comentaba mi pérdida de interés por la ficción en este país que había proscrito a Max Aub o que excluía del canon modernista a Galdós yendo a buscar fuera (no censuro leer a Baudelaire, Joyce, Proust o Faulkner, sino que se admirara en ellos lo que don Benito ya contenía en su vasta obra). Para el nada sospechoso Cernuda, Galdós anticipa las introspecciones de Torquemada a las de Molly en el Ulysses. Otro tanto podría decirse de fragmentos de Fortunata y Jacinta con respecto a En busca del tiempo perdido.


(En la foto: Torquemada de Galdós)


El denostado garbancero fue otro descreído, que no se rendía en su empeño de confiar en los que miran desde fuera, los locos e iluminados, incluso los cínicos, que por no formar parte del gran engaño, pueden aspirar a conocer sin disfraces la verdad. “Hablar para nadie, escribir para nada”, et poor…

El siguiente capítulo del libro se ocupa de contemporáneos. Lo inicia con una especie de hermana mayor, como lo fue su interlocutora Martín Gaite. Con Aldecoa (incluye un recuerdo para Martín Santos) se recupera el lenguaje más alejado de la retórica del poder y la cultura. Con Vázquez Montalbán a través de su celebrada Crónica sentimental de España se eleva a los manteles de la cultura a los de abajo. Aldecoa lo hizo con el argot de los oficios más duros.

Este plausible realismo social de los 50 duró lo que quiso Castellet al promocionar primero a gente como mi querido amigo Antonio Ferres, Grosso, Fdez Santos o Pinilla (los cita Chirbes); hasta que las nuevas teorías barthianas (“La clausura del texto artístico respecto a la realidad y la vida”: muy interesante, por cierto, La literatura en peligro de su discípulo Todorov reprobando ese desprecio a la realidad.) aconsejaron caminos experimentalistas lejos de la revolución. Ya el nuevo gurú de los 70 Benet proclamó: “ (Que) Todo lo real era susceptible de sospecha.” (p.123).

En su última parte el ensayista nos lleva hasta la actualidad de las “Memorias” y sus “maniobras”.

Balzac o el propio Galdós supieron traernos al presente el pasado. A fin de cuentas, y de cuentos, un proyecto de vida como nos recuerda Chirbes es tan corto, que solo la cultura nos puede proporcionar la sensación de continuidad. Comparto esa sensación. La cultura es tradición, traer, y por tanto, un continuum.

Data el autor la “recuperación de la memoria” en el 93 ante el presentimiento de los socialistas de su derrota envueltos en una corrupción desbordante. Incluso el rey se sumó a la farsa, pareció entenderla muy bien, puesto que su familia, según sentía él fue la primera en conocer la hiel del exilio. Decía Edward Said sobre la labor del intelectual: “no consiste en aceptar la política de la identidad tal como se le propone, sino en mostrar que todas las representaciones son construcciones, descubrir cuáles son sus propósitos y sus componentes y quiénes las fabrican”. En consecuencia, nos dice Chirbes, hay que buscar “cuál es la representación de la Segunda República que se nos ofrece en el menú”.


Sería conveniente seguir, asimismo, la recomendación que nos hace de un libro inoportuno: De Restauración a Restauración. Ensayos sobre literatura, historia e ideología del profesor Blanco Aguinaga. Lo juzgo inoportuno, o más bien inexistente, para quienes se adhieren al festín de la memoria usurpada, según la cual, fueron los hijos de la burguesía los héroes de la resistencia antifranquista. Gentes como Torrente Ballester, Ridruejo o Suárez que habían militado en el falangismo radical son los demócratas de más temple. Comunistas, republicanos de izquierda y anarquistas como Sastre o Bergamín que hurgaban en la legitimidad de la nueva restauración son apartados. No es de extrañar que Max Aub contemplara en su corta vuelta el paso de una España mutilada a una España corrompida.

Otro novelista de fuste, Juan Marsé, relata con su acostumbrado buen oficio la traición en Un día volveré o como también hace Vázquez Montalbán en su mejor novela, a ojos de Chirbes, El pianista.

Con este “republicanismo de fresón con nata” nos están colando lo que de verdad importa. Que, como nos enseñaron los lacanianos, está fuera de la representación. “Habría que remontarse siglo y medio en la historia de Occidente para descubrir una época en la que la voluntad de las clases trabajadoras tuviera menos peso en las decisiones políticas. –Y remata Chirbes- Por no tener, las clases trabajadoras ni siquiera tienen nombre”.

Ya ven mientras los escritores más lúcidos desnudan los deslumbrantes ropajes del poder, éste nos desprende de las palabras más odiosas. ¿No se llamaba con Franco a los obreros productores? Gracias al progreso y la democracia somos todos clase media. Tiene razón Rafael Chirbes cuando concluye que si los artistas acaban formando parte de la claque cercana a sus fastos, se alejan indefectiblemente de la radicalidad que exige la escritura.