lunes, 29 de febrero de 2016

MI LIBRO

Presento por estos pagos mi libro. Os paso la columna publicada con el mismo título que este post el fin de semana último. Si Larra se quejaba de este oficio que raramente da de comer...¿por qué yo no?
MI LIBRO.- En Horas de Invierno Larra soltó aquello de que escribir en Madrid es llorar, “es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta”. “Es escribir en un libro de memorias, es realizar un monólogo desesperante y triste para uno solo”.
No sé si es decadencia ya como en su época o que todo está perdido para la sociedad española, que jamás aspirará a ocupar un digno escalón en las jerarquías europeas de las ciencias o el saber. Pero escribir sigue gozando de poco premio y ningún estímulo. Y me refiero a escribir en serio, sea cual sea el tema estudiado. “Ya podía el español mostrar el mismo interés por la ciencia y el estudio que por los toros”, nos dirá don Antonio Machado.
Ningún oficio reconocía Fígaro más menudo en España, ningún modo de vivir que dé menos de vivir, que el de escribir para el público. Va para dos siglos de esto y de cada día que pasa solo es preciso atisbar su mejoría con respecto al siguiente.
La situación actual es que en el Collado de Soria el paseante desocupado al adentrarse en las buenas librerías que aún a mano tiene, si tropieza con mi libro -puede que salvando la oscura portada- repare en el autor y le suene. No digo tanto como que le ubique. Y sin embargo, no se atreva a intimar con él porque eche en falta una presentación. Es de buena educación no hablar con desconocidos. Al final el paseante al llegar a su casa se acostará con el de esa famosa presentadora de televisión que ha escrito un libro, ejem, quería decir que lo ha publicado y más que cobrado. Además, sin saber que con quien lo hace es con su negro. Yo señores, que también he sido un tipo oscuro, como buen caballero no podría contarlo.
Sabrán ya que mi libro es una selección de estas columnas publicadas aquí y otras que también hablan de fútbol o de vaya usted a saber. Tienen, eso sí, varias cualidades unitarias, incluida la de su auténtica autoría: se ocupan la mayor parte del tiempo en querer decir lo que otros no quieren oír. O es parte de lo mismo, lo que tampoco quienes escriben lo dicen. Me entrometo por todos los lados como un infeliz, un buen hombre que tiene el defecto de ser un pobrecito hablador al que sin que nadie le pregunte forma su opinión y la expresa, venga o no al caso, como ya se echará de ver en mis escritos. Váyase porque otros tienen el defecto contrario de no hablar nada, aunque se les pregunte la suya.
El lector ya sabe que la literatura entera cabe en la columna de un periódico. Dice el crítico: “Los intereses de López-Angulo resultan tan poliédricos como sus artículos”. Mariano José sentía la incombustible pasión de hablar con los otros sobre, de y contra esto y aquello”. Unamuno, a modo de saludo, entraba en las tertulias del Ateneo con su “de qué se trata, que me opongo”. Este desconocido hablador evita los tópicos y lo superficial, pero a través de la anécdota, la ironía o la broma procura quitar peso al poso de su escritura, plomo al fardo de los asuntos tratados. También una salida amable a las injusticias de fondo. Vuelvo a los próceres del 98 para hacer mío sus proverbios: “Estimad a los hombres por lo que son, no por lo que parecen. Desconfiad de todo lo aparatoso y solemne, que suele estar vacío”. Y mi periódico escribía “perecen” por parecen. Ay las erratas, otra enemiga más. Hoy contra mi costumbre, prosigo con las admoniciones. Qué le vamos a hacer, esta columna es atípica. O no, pues cuál es la verdadera materia del columnista, sino uno mismo y el apéndice de sus libros. Decía, hagan caso del buen crítico que recomienda “una lectura calmada y fragmentaria (de mi libro), que responda a los intereses de cada momento del lector”. Tal como los míos divergen unos de otros. Último e inusual consejo: si pasean por el Collado reparen en mi libro.

viernes, 26 de febrero de 2016

AN, LA INMANENCIA DEL CINE VERDADERO

Sobrevuelo Siberia y entre incansables y numerosas lecturas, junto al seguimiento superficial de algún filme, me incorporo al maletero para rescatar mi ordenador y escribir estas líneas. Por suerte ocupo tres asientos y la molestia solo es propia.
Tuve la suerte de ver en Pucela la película a la que quiero dedicar esas líneas, no para pergeñar su crítica, que los medios ya cumplieron una semana después del Festival de Valladolid* al estrenarse en Madrid. Me propongo sencillamente evocar ahora la película, que a su vez me evocó el Japón que me es familiar y que una vez más acabo de visitar.
Para empezar estos recuerdos del todo personales lo haré precisamente con los inicios de An/Anko, que de las dos formas llaman allí a esa pasta dulce de alubias rojas. Y es el sonido de alarma tan frecuente al bajar las barreras de los numerosos trenes que pasan por la periferia de Tokio, el mismo que he sentido de nuevo al volver a Fujiidera, una de las ciudades próximas a Osaka, que por su antigüedad acepta mal el carácter de ciudad dormitorio que le asigna la Wikipedia.
Por eso que el título tan comercial “Una pastelería en Tokio” repele el mismo sentido de apacible realidad que el film transmite, donde la gran urbe es del todo ajena.
Esto es lo que dice la famosa Wikipedia: Higashimurayama (東村山市 Higashimurayama-shi?) es una ciudad que se encuentra al centro-norte de TokioJapón.
Según datos del 2010, la ciudad tiene una población estimada de 151.283 habitantes y una densidad de 8.810 personas porkm². El área total es de 17,17 km².
La ciudad fue fundada el 1 de abril de 1964, luego de que fuese creada como villa en 1889 y promovida a pueblo en1942. Es una de las ciudades que conforma la zona de Tokio Occidental y antiguamente formó parte del distrito de Kitama.
Es una ciudad dormitorio de quienes trabajan en los barrios especiales de Tokio. Geográficamente se ubica en el centro de la terraza de Musashino.
¿Qué cómo sé esto? En la película nunca aparece su nombre, en cambio en un momento dado vemos unas botellas de sake que delatan su ubicación, puesto que en Fujiidera suelo hallar sake de Fujiidera, esta inscripción 東村山市  es la propia de aquella ciudad.
Y eso es lo que vemos, no las grandes aglomeraciones del metropolitano, ni sus grandes avenidas, levantadas sobre los escombros de la antigua ciudad imperial de la época Edo, tras la segunda guerra mundial, sino las estrechas calles de esa periferia y el viento de los cerezos en flor.
No nombraré aquí al vulgar y exitoso crítico que despacha sus no críticas del cine oriental, con la etiqueta de que le parece todo igual, pues quizá salva a alguno de los cineastas nipones ya clásicos en la cinematografía mundial. Y puede que sea más reservado a la hora de opinar del cine japonés. No lo sé. Digo esto, por que conviene vencer esa pereza vestida de insolencia hacia un cine que es obvio se presta o bien a empatizar superficialmente por seguir la moda, o bien a lo contrario por no compartir su distinta naturaleza.

Ya advertía Paul Schrader en su fundamental El estilo trascendental en el cine que “sólo se puede extraer una obra de su cultura hasta cierto punto”, al comparar la espiritualidad oriental de Yasujiro Ozu en relación con las modulaciones occidentales de la espiritualidad de Dreyer y Bresson. Lo cita Jordi Costa en una de las mejores críticas a An que he leído.
cine new age, cuando, en realidad, lo suyo tiene bastante más que ver con la continuidad –sumada a una modulación personal- de la mirada zen: sus personajes forman parte –si bien contingente, frágil y minúscula- del orden natural y saben que la trascendencia nunca está más allá, sino más acá, en la aceptación serena de un lugar en el mundo. Si homologar el sentido místico de su cine a lo new age es, por tanto, un síntoma de jet lag cultural, también implicaría caer en un error de bulto emparentar este último trabajo con la trivial obsesión contemporánea –y occidental- por el fenómeno de la street foodUna pastelería en Tokio apunta más alto y cala más hondo.

Como señalaba Schrader, en efecto “sólo se puede extraer una obra de su cultura hasta cierto punto”: Los personajes solo podemos entenderlos si conocemos a personas de ese ámbito geográfico, su especial interrelación. No digo, para nada, que la película no nos transmita valores universales, pero desde luego ayuda ese conocimiento al menos para no desdeñar por lo contrario a nuestras costumbres, lo mismo el tempo de la película, como la sencilla trama de la que se ocupa y la manera en que el drama se nos presenta y desarrolla.
Entiendo también que no es un cine indi, snob o de esa bienintencionada tradición new age, progre, etc. Obedece a una atenta mirada a las realidades al menos atractivas y propone en efecto tal respeto a los resortes culturales del Japón mas profundo para resolverlos- Sin estridencias y en silencio. Y también a ese cine transcendental de maestros como Ozu, al que yo prefiero llamar con reminiscencias de Spinoza, inmanente. Para mi en la inmanencia de cada detalle, hasta el más nimio, como esas alubias que merecen la gratitud de su cocinera en memoria de todas las lluvias que han recibido y la delicadeza con que serán tratadas antes de ser cocidas. O de su enseñanzas morales terribles como esas manos monstruosas, por el estigma de la lepra, que preparan la deliciosa pasta de los dorayakis, el anko.

Ahí está lo que transciende esta cinematografía adorable, digna de ser disfrutada con la mirada pura que nos ofrece.

-----* PEQUEÑA INTRAHISTORIA: La directora del film, Naomi Kawase, es decir, Kawase Naomi, invitada al Festival, no degustó ese domingo otoñal un cuarto de cordero de Castilla. ¡Lo que cuesta hacerse a ese sabor tan puro del animalito, así de primeras! Y más teniendo en cuenta el respeto y gratitud orientales ante la recepción de cualquier don. Por cierto, Respect, es el título de su próximo trabajo, ya bastante avanzado. Esa tarde fue a un restaurante japonés y pidió Ramen. Como suele pasar con las traducciones, ese ramen le pareció más bien soba. En cambio Ikuko, mi señora otrosí nipona, terció a su manera: son udon: los fideos son demasiado gruesos. Ya ven, este debate de sobremesa hubiera hecho las delicias del mismísimo Cervantes, que por Pucela  cuando fue corte también vivió.