martes, 21 de mayo de 2013

La oscura transición



                                    Claves de la Transición 1973-1986 ( PARA ADULTOS). De la muerte de Carrero Blanco al referéndum de la OTAN, del periodista Alfredo Grimaldos, un libro desmitificador y corrosivo, una guía para comprender cómo se produjeron, en realidad, los acontecimientos y por qué se empeñan en ocultarlos.
La otra Transición
No podía ser. El paso de la dictadura fascista, nacional-católica, al régimen constitucional distó mucho de ser Cuéntame. La madurez del pueblo español, repiten los voceros oficiales, unida a la estrategia del consenso y el voluntario sacrificio de las Cortes franquistas; la florentina maestría de los principales dirigentes: Suárez, Juan Carlos I, Carrillo, Torcuato, González, Fraga. El storytelling es conocido. Conocido y falso. Aquello no fue una balsa de aceite. Al contrario. Cambiar, en apariencia, para que nada cambie se asemeja más a la Transición real. La mayoría de los responsables políticos, religiosos, policiales, militares y judiciales siguieron en sus cargos. Estas y otras muchas cosas describe y analiza Alfredo Grimaldos. Los bienpensantes negarán el contenido de este demoledor libro. Un trabajo que conversa con la historia concreta de aquellos años. La CIA al mando de las operaciones. Carrero Blanco asesinado, ay, cerca, demasiado cerca, de la Embajada de EE.UU. De aquellos barros vienen estos lodos. El dilema «reforma o ruptura» fue uno de los mitos del cambio. Aquello no podía ser: todo estaba «atado y bien atado».
Manuel Fernández-Cuesta (PENÍNSULA)
Sobre el autor

Alfredo Grimaldos (Madrid, 1956), es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense. Ha desarrollado, paralelamente, el trabajo de periodista de investigación y la crítica flamenca. Ha escrito, entre otros libros, La sombra de Franco en la Transición, La CIA en España, Zaplana, el brazo incorrupto del PP, La Iglesia en España (1977-2008) y La Lidere S.A. Director de la revista de información flamenca Cabal (1982-1985), y director y presentador de los programas radiofónicos La hora del duende (1984-1990) y A compás (1991-1996), ha publicado numerosos artículos sobre flamenco en los diarios Liberación y La Tarde y en las revistas Actual, Interviú, Artículo 20 y XL Semanal, entre otras. Desde 1989 es el crítico de flamenco del diario El Mundo. También es autor del libro Luis de la Pica. El duende taciturno (2006). Su Historia social del Flamenco (Península, 3ª edición) se ha convertido en un referente de la materia.
(Foto).- Presentación del libro en la Cacharrería del Ateneo, un lunes de tertulias republicanas. Suena el himno de Riego, en la mesa César Herrero y Manuel Revuelta junto al autor, Alfredo Grimaldos.
Anécdota personal.-
 Me viene a la memoria una foto de la Platajunta vista en un apunte de Javier Ortiz en su blog al leer, pg. 45 del libro de Grimaldos, la semblanza que el fallecido periodista donostiarra trazó como participante de sus reuniones: "Había una docena de partidos con el título de socialdemócratas. Nadie sabía cuál era el suyo, todos tenían las siglas recién inventadas. Eurico de la Peña, dirigente de uno de estos partidos, se levantaba cuando llamaban a otro". Y
Y es que estaba desde el PSDE (Partido Socialista Democrático Español) de Antonio García López, un hombre de la CIA que no se recataba de sus visitas a la Embajada de Serrano hasta el USDE (Unión Socialdemócrata española) de Dionisio Ridruejo, al cual venía a apoyar.
Y a todo esto, un servidor, un infante mequetrefe, que asistía a este inusitado revuelo desde las aulas de la EGB, una mañana de aquel curso fue sorprendido por un profesor de la última hornada, al que por sus bigotes y fealdad motejábamos cruelmente -niños éramos al fin y al cabo- de don Cicuta, eran los tiempos también de "El un, dos, tres" jugando a los partidos políticos. Nos pasábamos papeles con esa nuevas siglas, algunas viejas, muertas y renacidas como la del PSOE. Había algún amigo que se sentía del PCE, aunque muy carrillista lo ve7ndía con excusas sobrevenidas por aquél. Con sus gafas pantallas de hipermétrope el serio profesor interrumpió nuestro jolgorio democrático e inquisitivo quiso saber en qué consistía la gracia.
- Es que con esto de las elecciones nos ha dado por apuntarnos a los partidos a ver quien gana. Farfullé con bastante nerviosismo.
- ¿Y a cuás te has apuntado tú?
- Bueno, yo, he fundado uno nuevo.
- ¿Uno nuevo? Se puede saber de cuál se trata. No pude saber entonces ni asegurar ahora el gélido escepticismo que arrojaba su demanda.
- Más pillado aún le anuncié la nomenclatura de mi partido, al que veía con más arraigo en esos días que toda aquella ensalada de siglas que no acertábamos a memorizar, puede ser que por su artificiosidad tan sobrevenida, tan de nueva ola.
Y mi partido era el PQyFE. No una nueva Falange española, sino el Partido de todos los que hacíamos quinielas: con doce años mis esfuerzos semanales se concentraban en escudrinar el acierto de los 14 resultados, una hacía con mi padre que se enfadaba cada vez que acertaba 12 o 13, pues apenas cobrábamos una perra, mientra él soñaba con una de 14; la otra con un profesor del régimen con el que nunca me tocaba nada. O bueno, es posible que sí.
El partido lo llamaba, Partido Quinielístico y Futbolístico español. No comprendo porque al profesor don Cicuta se le dibujó una mueca, solto un ja alargado y corrió un  buen trecho dejándonos que prosiguiéramos el juego de la transición. Mi realidad y la realidad sociológica del nuevo país era que mi partido de haberse presentado a las urnas en buena lid habría obtenido un buen puñado de votos. O es que el fútbol, opio del pueblo, no era digno de mostrarse. Así me sentí yo, antes las fauces del recto profesor. Ridículo. Y han tenido que pasar casi 40 años para que lo cuente.

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