domingo, 10 de noviembre de 2013

LA BANALIDAD DEL MAL

Recuerdo a mi padre asistiendo ya muy mayor a los partidos de fútbol. No me acompañaba, en cambio, en su edad activa. Alguna vez que otra aplaudía como un gentleman. Y lo único que lograba sacarle de sus casillas eran los insultos de la gente al árbitro de turno. Siempre los mismos. Ya saben, sobre todo esos que mientan a sus madres, las que prudentemente no suele acompañar a sus hijos en ese trance. Mi padre no compartía su gratuidad y nunca le parecieron justificados. Lo mismo que por un asesinato te pueden caer 30 años y en una guerra por mil te condecoran, en un campo de fútbol si alguien injuria a una persona puede ser denunciado, pero a cien mil gargantas les sale gratis vilipendiar al colegiado.
Freud habló de la civilización y sus descontentos. Aunque la duda sería saber si quienes se desgañitan de ese modo en el estadio no pertenecen, en realidad, a un estadio anterior a la civilización. A ello responde que el fenómeno del fútbol haya sido visto como las guerras modernas del siglo XX. A falta de soldados gloriosos, no quedan otros héroes que los que corren en calzones tras el balón. Sirve el fútbol como desfogue, como compensación más que como espectáculo: hay aficionados que invariablemente lo toman como lo primero. Buscan el ambiente más exaltado como las cucarachas y chinches la húmeda oscuridad.
La crítica más académica sienta el canon de que el deporte rey favorece la violencia. Olvidan estos clásicos que los sports, incluido el foot-ball, nacieron y solo lo practicaban las elites sociales. Un sportman era un caballero y la competición no desataba la violencia, porque los juegos tenían unas normas concienzudamente elaboradas en las que el honor, no era aquel caduco de los dramas de sangre de Lope de Vega, sino instrumento para lubricar las victorias y las derrotas.
En una sociedad a veces violenta como la estadounidense el fútbol no ha prendido ninguna mecha, porque les parece un juego bastante anodino, con apenas picos de interés. Y no les falta razón. En cambio, en el mismo continente el fútbol ha dado lugar a episodios violentos y matanzas como la de Lima en un Perú-Argentina en el 64, o la llamada guerra del fútbol, descrita por Kapuściński, entre Honduras y El Salvador. ¿Es culpable el fútbol?
El automóvil o la televisión, ahora Internet, son otros tantos inventos cuyo éxito parecen la causa de todos los males. ¿Intrínsecamente son perniciosos? ¿Habría que talar los bosques para evitar los incendios, o prohibir la circulación para evitar los accidentes, o arrancar los cables para evitar la vulgaridad? En la guerra de Vietnam, en las guerrillas de Latinoamérica esa fue la sucia política de guerra: vaciar la pecera para que los peces no respiraran. Y no pudieran colaborar con el enemigo.
Es también como si los estadios tuvieran la culpa de haber servido de escenario para la tortura y ejecuciones en Chile, en China, en Afganistán y otros regímenes islamistas. Entonces, la antigua plaza de toros de Badajoz, la tendrían que haber derribado muchísimo antes, y no por borrar las huellas de la dichosa memoria histórica, sino porque allí fueron asesinados cientos y hasta miles de inocentes por las tropas de Yagüe.
El libro, que fue tesis, de Báez Pérez de Tudela, "Fútbol, cine y democracia. Ocio de masas en Madrid, 1923-1936", rescata ejemplos inéditos de ciudadanía en las procesiones dominicales hacia el nuevo Metropolitano o Chamartín. El célebre mitin de Azaña en el campo de Mestalla sirvió de ágora para la palpitante y recién estrenada democracia española.


Franco con un gol de Marcelino derrotó 2 a 1 a la Unión Soviética al grito de "Rusia culpable". Cierto, con la complicidad del fútbol. Como Videla en el 78. La Italia de Mussolini utilizó a su squadra azzurra para la conquista de los mundiales del 34 y 38. Resultó propaganda más efectiva que su espantosa participación en la batalla de Guadalajara.

Esta semana la selección española jugará en Guinea Ecuatorial, uno de los regímenes más corruptos, un amistoso. ¿Debería no hacerlo? Dónde poner entonces el listón, teniendo en cuenta además que la imagen internacional de España en esa misma materia no resplandece, precisamente.
El fútbol es espejo aumentado de todas estas banalidades de los poderosos. Que, por otra parte, mantienen relaciones interesadas con cualquier dictadura del globo. Cómo pedirle  ejemplaridad al fútbol si quienes lo rigen no se mueven muy lejos de aquellos.

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