lunes, 4 de noviembre de 2013

SEÑAS DE IDENTIDAD



Cuando el fútbol se debatía entre el fútbol aficionado y el profesional, los juegos olímpicos ocupaban el universo del primero hasta implantarse los Mundiales y acabar con la impostura de un amateurismo ya inexistente. El Reino Unido, inventor del juego, no mandaba a los profesionales de sus ligas. No pasaba lo mismo con la Europa continental que jugaba con cierto retraso aprovechado.
En 1920 la recién bautizada furia española alcanzó la plata en Amberes. Causó mucha impresión "El a mí el pelotón, Sabino, que los arrollo" de Belauste. Tanta, que ha marcado el lánguido devenir de la selección nacional hasta hace poco. Se tomaba el fútbol "físico" y con garra norteños como señas de identidad. Toda una sinécdoque en una nación permanentemente sin hacer.
Otro error. La ficticia unidad peninsular en torno a la catolicidad común de los reyes de Castilla y Aragón y su supuesta lucha hermanada frente a los moros. Él mismo Ortega, sospechaba que no puede llamarse reconquista, ¡lo que duró ocho siglos! El autor de la España invertebrada y sus hermanos mayores del 98 veían a España como problema. Un problema secular que ni la federal alemana, ni el Reino Unido de la Gran Bretaña con escoceses e irlandeses, ni los franceses con bretones, corsos, etc., han gastado el tiempo en plantearse.
No me extraña por tanto que encaje un brasileiro en la selección, como bien lo han hecho tanto sudamericanos que le han precedido. El argentino Rubén Cano nos clasificó agónicamente para el Mundial de Argentina y Marcos Senna, otro brasileño, inteligente y señorial, nos encaminó hacia la senda de los laureles. Lo difícil ha sido la convivencia bipolar de madrileños, catalanes y vascos, y aún otras periferias y singularidades locales, bajo la misma bandera.
Los del 98 tomaron la esencia de Castilla, su ideal platónico y estético, como argamasa peninsular. ¡Ay, le falta a esta raza ibérica, la república portuguesa del comandante Ronaldo!
Clemente, fino jugador malogrado, tomó la furia de Belauste como identidad seleccionable y también fracasó. España no era eso. España sigue siendo un país de bajitos chillones, aunque no exentos de genio. El de un manchego, Iniesta, con un Xavi de Tarrasa, Hernández charnego. La garra de Puyol catalán junto al andaluz Ramos de Camas. Etcétera.
Nombres, nombres, que diría Ockham, y que el fútbol ha sabido juntar allí donde antes solo había fracaso e incredulidad. Contra la imagen más tópica, el fútbol, un deporte colectivo y práctico, pone gramos de sensatez, en cambio, en la política faltan toneladas.
Los equipos también buscan sus supuestas esencias. Hablaré de mis vecinos de Anduva. El Mirandés padece, en todas las esferas, los problemas de crecimiento. Me dicen los patas negras de la ciudad del Ebro que la gente está nerviosa porque están perdiendo las señas de identidad. ¡Y qué paradoja! Se lesiona, justo un eibarrés, cedido del Athletic, Galarreta, un prodigio de sentido técnico y de fragilidad física. Ocurre, que en el fútbol norteño a semejanza del inglés, no están reñido el juego directo, aéreo, la presión agobiante, con los jugadores inteligentes que ven los espacios y el toque. El tolosarra Xabi Alonso, sería la síntesis.
Hubo que enterrar con siete llaves la metafísica de las esencias, su regüeldo tomista y acudir a la Inglaterra futbolera en busca de espíritus más pragmáticos. Afilar la navaja de Ockham, desechar las abstracciones identitarias en beneficio del experimentalismo (ensayo y error) de Roger Bacon, o del padre del empirismo, otro B
acon, del utilitarismo de Stuart Mill y Bentham (¡el cálculo de la felicidad!) y de Hume, ya hijo de las Luces.
¡Cuánto daño nos ha hecho la leyenda de la furia española!

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